Tú violas. Él, es sandinista

Tú violas. Él, es sandinista

Carmen Imbert Brugal
DETRÁS de la trinchera y la gloria, del sacrificio y la cárcel. Detrás de Sandino y la esperanza, de  seres levantiscos y valientes,  hay una historia de salacidad implacable y doliente, de arbitrariedad y violencia, sin posibilidad de absolución. Fue la utopía reverdecida, convertida en mascarada. El hombre y la mujer nueva no aparecieron, las demandas de solidaridad, ternura, igualdad, justicia, comenzaron a desvanecerse desde el momento que los sueños se transportaban en los Mercedes Benz de la ignominia somocista y  las  mansiones de los sicarios, al servicio de la dictadura, fueron ocupadas por los comandantes.

Aquel triunfo de la revolución sandinista conmovió la región un 19 de julio del año 1979, revivía el 59  cubano. Traía consigo, empero, una carga pesada que sus mentores no dejaron en el camino. No podían. El poder absoluto permite postergar las transformaciones personales y soltar las riendas del disimulo. Once años después, el pueblo reaccionó en las urnas y comenzó la sentina a expeler sus humores.

La corrupción, la violación a los derechos humanos, la concupiscencia de algunos dirigentes, indujo la renuncia y denuncia de los menos temerosos.  La defensa era la diatriba y la descalificación, la amenaza y la injuria. Pero todos los disidentes no podían ser viciosos, vendidos al imperialismo y a los intereses de la iglesia católica y la burguesía.         Daniel Ortega es un ladino. Así, sin rodeos, se refiere Gioconda Belli al jefe del Frente Sandinista de Liberación Nacional -FSLN-, antiguo Presidente de Nicaragua -1979-1990- diputado y recurrente aspirante a la Presidencia de su país, luego de la derrota. Sergio Ramírez Mercado, prestante sandinista, ex vicepresidente, considera a Ortega un caudillo. Su esposa, la “sumisa” poeta Rosario Murillo, jefa de la política cultural del FSLN, antes, durante y después de la revolución, lo ama. Luchó, sufrió y compartió con él las delicias del mando. Ha escrito cientos de poemas dedicados al camarada y poderoso político. Exuda ternura y militancia en sus estrofas. Venerada por nacionales y extranjeros, icono cultural de los 80s, la influyente directora del suplemento literario, Ventana, paseaba por el mundo la bandera roja y negra de una revolución que prometía el paraíso. Las líderes de importantes organizaciones de mujeres, allá y acullá, la reverenciaban, preferían su estilo al de las guerrilleras uniformadas, algunas ágrafas, que dejaron jirones de vida en la manigua y exigían, sin rodeos, su lugar en la nueva República.  

La revolución es un hombre soñando bajo un alero, una mujer armada vigilando la noche, un grito en la pared, desnudo como un cuchillo…, escribe la poeta. Pero no ha podido narrar el drama de su hija, prefirió desconocerlo. El grito  impúber de Zoila América Narváez Murillo, la primera noche que fue violada por su padrastro, quedó en la pared y el mandamás de Nicaragua repetía su hazaña sin reconvención. Todavía  decenas de revolucionarios-as-, exigen explicaciones a Zoila. Por eso produjo burla la querella de la agraviada en la Asamblea Nacional. Solicitó el desafuero del agresor y rieron. Su caso  está fuera de la agenda de tantas instituciones que venden un proyecto de paz y rechazo a la violencia en contra de la mujer.

Mientras el fogoso Comandante Ortega, hacía vociferar consignas a las multitudes y la esposa confesaba su admiración, fidelidad y deseo por él, nadie atendía la queja de Zoila. Después, tampoco.  Los paladines del mundo nuevo, sin vergüenza, reiteran la conducta que impide auxiliar a las víctimas de agresión sexual: aceptación y complicidad de la madre, indiferencia del violador – ejerce un derecho-, ausencia de sanción moral colectiva, no asunción del hecho por amigos y familiares, inhabilitación de la agredida…

La infracción cometida por Ortega Saavedra ha sido acallada y manipulada. Graciela Azcárate, historiadora, escritora, artista gráfica, redactora de este periódico, la recrea en su página semanal. Por imprudente. Porque tiene intacto ese gusto por la evocación,  esa debilidad por la nostalgia que  afecta al olvido. Lo hace para inquietar, porque la necedad de recordar invoca culpas. Desmorona paradigmas. Fiel al santo oficio de la memoria, como Mempo Gardinelli,  coloca en el cadalso militancias de pacotilla y expone  evidencias  que arriesgan nombradías. Tal vez pretenda una sentencia condenatoria o el repudio. Sospecho que desconoce lo expresado por un miembro del FSLN cuando un turista, en Managua, le solicitó comentar la imputación contra Ortega: compañero, tú violas. Él, es sandinista. (fin)

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