Tuberculosis carcelaria

Tuberculosis carcelaria

“Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas: y mi honda es la de David”. Así escribía José Martí  a su amigo Manuel Mercado el 18 de mayo de 1895, precisamente un día antes de su trágica muerte. Martí  advertía el peligro que corría la anhelada independencia de Cuba. Pretendo parodiar al insigne patriota cubano con la finalidad de volver a referirme por enésima vez al tema de las cárceles dominicanas.

Fue un jueves 29 de abril 1965 cuando apenas contaba 19 años cometí el delito de ser estudiante de término de la carrera de medicina en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Eso, conjuntamente con simpatizar con el restablecimiento de la Constitución de 1963 me valió el arresto y traslado a la Penitenciaría Nacional de La Victoria. Un mes en solitaria redujo mis valores de hemoglobina de 14 a 8 gramos, gracias a los mosquitos y una  dieta consistente en  harina de maíz una vez al día. El bautizo de confirmación carcelaria se produjo en San Juan de la Maguana, encerrado por el crimen de realizar una necropsia en el cementerio municipal luego de haber llenado los requisitos sanitarios y legales pertinentes. En ese último encierro escribí el martes 18 de diciembre de 1990 un artículo que titulé Memorias de un prisionero.

Allí decía:  “Resulta espeluznante contemplar a centenares de hombres tendidos en un concreto frío tal cual si se tratara de enlatados de sardinas, sin un mísero cartón en que apoyar sus espaldas mientras duermen. Las condiciones de los pocos inodoros en función no pueden ser peores. Aguas negras se estancan en medio del patio. Esa gente vive hacinada cual si fuera un campo de concentración. Fácilmente se identifica a enfermos crónicos, desnutridos, tuberculosos, personas con llagas fagedénicas, paralíticos y dementes”. Para junio de 1988 la Comisión de Patólogos de la Asociación Médica Dominicana que presidíamos había realizado 17 autopsias en reclusos de los cuales dos tenían tuberculosis pulmonar como causa de muerte.

Esa vez escribimos: “¿Qué significa todo esto? Sencillamente que los cuidados médicos en nuestras cárceles dejan mucho que desear. No se realizan chequeos médicos de rutina periódicamente; no se hacen radiografías de pecho, ni se llevan a cabo pruebas de laboratorio de sangre, orina y materias fecales”. El martes 10 de marzo de 2009 publicamos otro artículo llamado Muertes carcelarias, en el que comentábamos: “Gente enferma que clama porque se le traslade a un centro de salud es una situación harto común en el ambiente de los recintos carcelarios. La incidencia de Sida, tuberculosis, desnutrición, drogadicción, infecciones intestinales, hipertensión y diabetes descuidadas, así como los males hepáticos son la regla en vez de la excepción.   

Ahora un joven de 28 años con una década de encierro en La Victoria lleva tres meses con fiebre continua, seguida de trastornos de la conducta sin que se le presten las atenciones médicas oportunas y solamente en las horas criticas finales es conducido al Hospital Dr. Luis Eduardo Aybar, donde fallece. Los resultados de autopsia revelan una tuberculosis miliar con meningitis tuberculosa.

Evidentemente que urge corregir lo que está mal en los cuidados sanitarios carcelarios, así como hacer lo que nunca se ha hecho: combatir a fondo las causas principales que llevan a tantos jóvenes a la prisión.

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