¡Tumbe ese muro, Señor Ministro!

¡Tumbe ese muro, Señor Ministro!

El 12 de junio de 1987, con motivo del setecientos cincuenta aniversario de la fundación de Berlín, el presidente norteamericano Ronald  Reagan, observando el muro construido por los comunistas que separaba la parte oeste de la este de esa ciudad, exclamó: “Tumbe ese muro, señor Gorbachov”, refiriéndose al secretario general del partido comunista ruso. Dos años y tres meses después, los ciudadanos de un Berlín libre lo tumbaron a mandarria limpia.

Guardando las grandes y muy obvias distancias, ahora, y espero que apoyado por muchos otros ciudadanos, yo grito: “!Tumbe ese muro, señor Ministro de Cultura!”. Espero que el buen amigo José Rafael Lantigua no nos haga a todos esperar más de dos años.

Me refiero al muro que desde hace 68 años rodea la Fortaleza Ozama, desde las alturas de la estatua de Montesinos hasta donde se inicia la calle El Conde, y que oculta la belleza de esa fortaleza y la del gran farallón de piedras sobre  el que fue construido. Ese muro cubre también el farallón sobre el cual está ubicada la Casa de Bastidas. Dos fotografías contemporáneas que acompañan esta petición pública evidencian el daño visual.

Otras tres fotografías, esta vez antiguas y tomadas antes de construirse el muro, que también acompañan esta petición, muestran la belleza de la fortaleza, vista desde el río, o desde la margen oriental del Ozama, desde Villa Duarte, o Sans Soucí. Si ese muro se tumbara los dominicanos y los turistas, quienes ahora están llegando en barcos, precisamente al muelle de Sans Soucí, podrían apreciar cuán bella era la ribera del río en su parte occidental. Los antiguos viajeros, comenzando con el famoso pintor Camille Pissarro en 1850, siempre dibujaron, pintaron y luego fotografiaron, desde Villa Duarte y Sans Soucí, a la ciudad y su fortaleza.

Durante la dictadura de Trujillo, al mismo tiempo que se dragaba el río ampliando el área entre el farallón y éste, se construyó ese feo muro por dos razones:

1. Para evitar que los presos, sobre todo los presos políticos, pudiesen escapar de la cárcel de la Torre del Homenaje, a través de la zona del muelle. Antes del dragado, la fortaleza daba directamente al río.

2. Como a través del puerto de la entonces llamada Ciudad Trujillo se traía el grueso de las importaciones del país, el muro impedía que se sacara contrabando hacia la ciudad a través del área adyacente y la fortaleza. También estaba cerrada la escalinata que desde el muelle conducía a la  calle El Conde.

Hoy en día ya  no hay presos en la Torre del Homenaje y la fortaleza es un museo dependiente del Ministerio de Cultura. Por otro lado, ya no llega carga marítima al puerto de Santo Domingo, al haberse trasladado esa actividad a los de Haina y Caucedo.

Probablemente, tumbar ese muro y trasladar sus escombros a otro lugar, podría hacerse sin costo alguno para el Ministerio, pues grupos privados están muy interesados en que la ribera occidental del río vuelva a su imponente belleza de antes, lo que estimularía la llegada de más turistas en cruceros.

Hoy en día, por ejemplo, las baterías de cañones coloniales que están en la parte sur y este de la fortaleza no se ven desde fuera de la misma, por estar ocultas por el muro. Tampoco el polvorín.

Además, en la zona de gran inclinación que quedaría liberada por el muro podrían celebrarse actos nocturnos, como recitales y conciertos, en una especie de teatro griego.

El único posible argumento a favor de dejar ese muro como está, proveniente de conservacionistas muy ortodoxos, sería que como tiene sesenta y ocho años de construido es ya algo “permanente” y debe conservarse. Además de que oculta algo mucho más “permanente”, construido hace más de quinientos años, el asunto puede fácilmente resolverse dejando unos veinte metros del muro en uno de los dos bordes actuales del mismo.

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