Turismo y patrimonio

Turismo y patrimonio

Todos han oído mencionar a los escritores españoles de la “generación del 98”. Muchos han leído el famoso libro de José Ortega y Gasset “España invertebrada”, tal vez el más conocido miembro de ese grupo de pensadores, escritores, poetas. Todos estaban adoloridos por la decadencia de su país. De haber sido un imperio extraordinario, en la época de los Austria, llegó a ser una nación marginal. De ahí la “divisa” de combate de Ortega: “España es el problema, Europa la solución”. Proponía la europeización de España; lo contrario de su aislamiento cultural, al cual llamaba “tibetanización”. La Península Ibérica, en ciertos aspectos, era para él algo así como el Tibet en el Himalaya, un mundo cerrado herméticamente.

En el año 1898 España perdió la guerra con los Estados Unidos; entonces dejaron de ser colonias españolas: Cuba, Puerto Rico, las Islas Filipinas. Aquella “disminución” fue un mazazo al rancio orgullo hispánico. En los primeros treinta años del siglo XX España vivió trastornos políticos que dieron lugar a la caída de su monarquía. Ortega participó en esas luchas para destruir el reinado de Alfonso XIII. A la República española siguió la guerra civil, entre 1936 y 1939; luego la dictadura del generalísimo Franco hasta 1975. De todos estos sucesos los españoles cosecharon pobreza, abatimiento y rencores.

Pero España estaba llena de monasterios, catedrales góticas, palacios reales, fortalezas medievales, ruinas romanas, ciudadelas y mezquitas construidas por los árabes en siete siglos de dominación. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, en 1945, Europa comenzó su reconstrucción económica con ayuda del Plan Marshall. Pronto, junto a la España empobrecida hubo una Europa productiva. Los europeos podían viajar a España y beneficiar de una moneda depreciada. Sólo faltaban “paradores”, trenes, hoteles, para organizar el rendimiento del turismo.

El patrimonio cultural e histórico de los españoles, acompañado por adecuadas gestiones administrativas, de algunas obras de infraestructura y conservación, sirvió para iniciar la “vertebración” que soñaba Ortega. Los unió en el respeto por su pasado, les dio de comer en tiempos de escasez. Además, se intensificó el contacto con el resto de los europeos. Es una historia estimulante sobre cómo un patrimonio histórico puede evitar la “tibetanización”. Los dominicanos deberíamos intentar algo parecido.

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