Al llegar la guerra de Ucrania a su primer año –tal como se dijo en una columna anterior- el panorama luce complejo y, al parecer, aún tiene buen combustible para arder un buen tiempo. Los recientes discursos de los presidentes de Estados Unidos, Joe Biden, el de Rusia, Vladímir Putin, y Volodymyr Zelenski, de Ucrania, no dejan brecha alguna para un cese de fuego. Al contrario, Putin arreció los bombardeos y Biden busca más dinero para más municiones.
¿Y los demás conflictos armados? En verdad, centrado en el plato fuerte de Rusia-Ucrania hemos olvidados otras guerras que arden desde hace un buen tiempo. Una de ellas es la de Siria, en donde el gobierno de Bashar al Assad, respaldado por Rusia, pelea desde 2011 contra opositores, kurdos y el Estado Islámico. La ONU estima en cerca de 400,000 las muertes, entre ellos, niños.
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Otro infierno es Yemen bajo las balas de los rebeldes hutíes y los bombazos de Arabia Saudita desde 2014 con sus secuelas de muertes y ruinas. También “otra guerrita” se libra en el Tigray, región que no reconoce al gobierno de Etiopia. Myanmar, antigua Birmania, es un volcán con grupos étnicos matándose y una cúpula militar golpista empapada en sangre.
De Somalia ni hablar, pues este país sigue fragmentado desde 1991 cuando fue depuesto el dictador Mohamed Siad Barre, y en la actualidad las milicias se comen una con otra. Otro cáncer, que citan autores, es el eterno conflicto Israel-Palestina. Aquí cada día crecen los cementerios palestinos, y la ONU, EEUU y Europa han naufragado en su intento de lograr la paz.