Ultima esperanza reformista

Ultima esperanza reformista

R. VIDAL MARTÍNEZ
El Partido Reformista ha sufrido varias divisiones a través de su historia, la más grande fue la de 1970, cuando los dos fundadores del Partido, Joaquín Balaguer y Francisco Augusto Lora, que en ese momento eran Presidente y Vicepresidente de la República respectivamente, se enfrentaron discutiendo sobre la conveniencia o no de la reelección. Esa división costó al Partido Reformista alrededor de 300,000 votos. La división más importante, por sus consecuencias, fue la de 1994, en la que Fernando Alvarez Bogaert decidió abandonar el Partido y aceptar concurrir a las elecciones de ese año acompañando a José Francisco Peña Gómez como candidato a la Vicepresidencia por el Partido Revolucionario Dominicano. En la división de 1970 el Partido pudo recomponerse al ganar las elecciones y disponer del ejercicio del poder. Sin embargo, la división de 1994 aunque solamente costó al Partido alrededor de 100,000 votos, produjo un resultado electoral tan reñido que dio oportunidad a reclamos de tal naturaleza que hicieron que el Presidente Balaguer – ya con 88 años de edad, completamente ciego y sometido a gran presión extranjera – admitiera, no obstante haber sido proclamado ganador por la Junta Central Electoral, que las elecciones habían resultado prácticamente en un empate, y propusiera espontáneamente a Peña Gómez, la repartición del poder en dos años para cada Partido, propuesta aceptada en principio por Peña Gómez, que luego fue modificada al día siguiente por el PRD a cambio de modificaciones constitucionales prohibiendo la reelección consecutiva y reduciendo ese período de gobierno a dos años.

De manera, que esa división reformista hizo posible la salida del Partido del poder en 1996, el advenimiento de Leonel Fernández como Presidente de la República, y todas las consecuencias que se han derivado de esos hechos. El que esto escribe ha sido testigo privilegiado de esas dos grandes divisiones reformistas, y tiene el honor de poder afirmar, que en ambos casos luchó incansablemente para que esas divisiones no se produjeran. Quizás en el futuro me decida a narrar detalladamente los hechos políticos y humanos que llevaron a esas divisiones.

En 1966 el Partido se dividió entre los que apoyaban a Jacinto Peynado y los que más bien por razones personales que políticas, volcaron a una parte del reformismo a favor de la candidatura del Partido de la Liberación Dominicana, presidida por Leonel Fernández, en la creencia de que a través de éste mantendrían sus negocios y privilegios.

A partir de ese momento lo que ha ocurrido en el Partido Reformista no son divisiones, sino verdaderas atomizaciones que lo han llevado a perder la sintonía con el país y a hacer por tanto un papel cada vez más insignificante no solamente en las diferentes elecciones en que ha participado, sino que además, su peso en la opinión pública se ha visto reducido a su mínima expresión.

Para revertir esta situación, el Partido necesita en primer lugar reunificarse. Hay que olvidarse de las expulsiones, clausurar el tribunal disciplinario, e invitar a todos los reformistas a formar de nuevo parte de esa gran institución política. Hay que reconocer sin embargo, que la actual dirigencia no está en capacidad de realizar esa labor y por tanto debe comprender que su renuncia es imprescindible para la recomposición. Esa renuncia no debe implicar crítica alguna a su actuación, por el contrario se puede reconocer que ellos han tratado de hacer lo mejor posible, pero han estado limitados por los intereses de grupos que han impedido una mejor labor.

A mi juicio, lo que más ha contribuido al deterioro del Partido, ha sido la falta de un líder con suficiente credibilidad para optar en cada caso las decisiones necesarias para que el Partido desempeñe el papel que le corresponde en la sociedad dominicana.

Desaparecido Joaquín Balaguer, previamente desaparecido Francisco Augusto Lora y desaparecido a destiempo Jacinto Peynado, el Partido ha quedado huérfano de liderazgo, teniendo en cuenta que en nuestro país no dependemos de ideologías, sino de hombres a quienes el pueblo le atribuye condiciones especiales para guiarlo. En este momento, el hombre que parece poder hacer esa labor es Eduardo Estrella, persona honrada a toda prueba, aceptada por todos los reformistas, y quién además tiene algo muy importante que es el deseo de hacer lo mejor por el partido y por el país. El aspira a ser candidato a la presidencia por el partido en las elecciones de 1998 y los estatutos establecen que el presidente del partido no puede ser candidato. Pero habría que preguntarse: ¿Si el partido no se reunifica y se fortalece, vale la pena ser candidato del mismo?.

Si es necesario, Eduardo Estrella debe sacrificar su candidatura para reorganizar el Partido Reformista, asumir la presidencia luego de la renuncia voluntaria de la actual directiva, designar libremente el equipo que colaborará con él en la recomposición, abrir las puertas a todos los alejados y expulsados, sin condiciones denigrantes, permitiendo que todo aquel que tenga disposición y desee trabajar a favor del partido y del país lo pueda hacer sin imposiciones absurdas, para tratar de volver su grandeza al partido que más ha influido en la República Dominicana en los últimos 50 años.

Creo sinceramente que esa es la última esperanza del Partido Reformista, y que en caso contrario el partido irá rumbo a convertirse en una entelequia política, como ha ocurrido con varios de los partidos más importantes dominicanos.  

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