Un abismo que se ensancha

Un abismo que se ensancha

En esta campaña política que culmina se ha hablado muy poco del que a mi juicio es uno de los mayores problemas dominicanos: la creciente brecha entre los más pobres y los más ricos.  Recientemente al pagar la cuenta en mi restaurante de carnes favorito, mi hijo me comentó que le parecía una barbaridad que en apenas dos horas cuatro personas hayamos gastado el equivalente de un mes de sueldo de muchos trabajadores.

Un país donde la mayoría de los trabajadores gana mensualmente menos de lo que cuesta un almuerzo en un restaurante va por mal camino. El grado de pobreza en que subsisten, por no decir que viven, muchos trabajadores dominicanos, es el resultado directo de políticas públicas que se orientan más a estimular el desarrollo que a procurar la creación de riqueza y una redistribución más justa del ingreso nacional. Muchos votantes temen que ambos partidos, el PLD y el PRD comparten esa culpa.  

 Hay una teoría según la cual para romper el “círculo vicioso de la pobreza” el Estado debe intervenir con programas de subsidios y asistencia directa, como los que exitosamente ha puesto en ejecución este gobierno, con la tarjeta “Solidaridad”, el “bono gas” y el “bono luz”. Pero ello no basta. El asistencialismo ayuda a romper el yugo de la pobreza pero hace falta también la creación de riqueza.   Cualquier trabajador que gane alrededor de treinta dólares semanales, es decir poco más de ciento ochenta pesos diarios, está obligado a rendir esos chelitos para comprar comida, ropa y medicinas, pagar transporte, alquiler de casa, luz, agua y basura, educación de los hijos, y el largo etcétera de conlleva hacer algo más que respirar para creer que se vive. La dignidad mínima que requiere cualquier persona humana no puede comprarse con ciento ochenta pesos diarios, ni siquiera si el trabajador es soltero y sin familia. Salarios tan exiguos que parecen infra-humanos explican por qué tanta gente prefiere arriesgarse a ahogarse o ser comidos por tiburones emigrando en yola. La desesperanza es el combustible más eficaz.

 Las naciones que han progresado no lo han hecho porque aumente el número de privilegiados que derrocha conspicuamente sin que se conozca ni se explique el origen de su riqueza, sino que hay progreso y prosperidad cuando los obreros pueden comprar carros y mandar sus hijos a la universidad.

Publicaciones Relacionadas