Un acto de justicia social

Un acto de justicia social

La Secretaría de Educación y la Junta Central Electoral han consumado un acto de verdadera justicia social al proveer de actas de nacimiento a veintidós mil estudiantes de un grupo de cuarentiún mil carentes de ese documento.

Con esta acción se alivia una de las formas más denigrantes de exclusión a que pueda ser sometido un ser humano que, por falta de un registro de nacimiento, socialmente no existe aunque físicamente “está”.

La titular de Educación, Alejandrina Germán, ha dicho que están en proceso de depuración diecinueve mil expedientes de estudiantes que carecen de certificación de nacimiento y que pronto serán provistos de las mismas.

 Pero el problema de la exclusión social no se limita a los cuarentiún mil estudiantes que abandonan el casillero de indocumentados.

En nuestro país hay decenas, tal vez cientos de miles de personas, familias enteras inclusive, que por diversas razones no han sido registradas y que carecen de documentos de identidad.

Lo justo sería que las autoridades correspondientes realicen un censo de población no documentada y que a partir de sus resultados se inicie un programa nacional de documentación que elimine esta forma de exclusión social.

Un Estado moderno no puede darse el lujo de mantener a una parte apreciable de sus súbditos bajo condición de exclusión tan terrible como la indocumentación.

Aparte de procurar los medios para proveer de documentos de identificación a los que no lo tienen, se requieren acciones para que bajo cualquier circunstancia que nazca un ser humano, quede automática y obligatoriamente registrado y documentado.

Con estos veintidós mil estudiantes se ha hecho un acto de verdadera justicia social y otros diecinueve mil están en vías de obtener este importante beneficio.

Que esa acción alcance a todos los excluídos, pues nada justifica que en un Estado moderno haya seres  humanos que  “estén” sin llegar a “ser”.

Arrabales injustificables
Algunos puntos del casco urbano de Santo Domingo han tenido desde siempre características de arrabal, de hacinamiento.

Han sido desde su origen asentamientos de gente de escasos recursos que construyó viviendas con los materiales a la mano, sin planificación urbanística ni previsión para servicios públicos.

Pero hay puntos que fueron céntricos y un atractivo para ir de compras o pasear, bien planificados en términos urbanísticos y con todas las previsiones habidas y por haber.

¿Cómo explicar que sitios como las esquinas París con Duarte, José Martí, Juana Saltitopa y otras, que fueron céntricos y limpios, se hayan arrabalizado y convertido en mercado maloliente y caótico?

La historia de Santo Domingo registra en sus páginas muchos de estos cambios degenerativos que han ido sucediendo gracias a la habilidad de los políticos para estar bien con todo el vivo.

Cuando la arrabalización comenzó las autoridades se hicieron los “chivos locos” y permitieron uno, otro y otro tarantín de venta de todo lo imaginable.

Hoy por hoy no hay manera de justificar que se haya permitido que lo céntrico degenerara en arrabal hediondo y caótico.

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