Un adiós a la política

Un adiós a la política

MARIEN ARISTY CAPITÁN
El día comenzó de la manera más apacible. Al calor de una taza de humeante café, le siguieron las noticias en la que la prensa reseñaba con mínimos detalles el quehacer de la ciudad.

Esa mañana todos parecían haberse puesto de acuerdo en reparar en las ambiciones, intereses y problemas de la gente. También en el medio ambiente, la cultura, la salud… y todos esos temas que tanto nos interesan.

Al salir de casa, tras haber visto un interesantísimo programa educativo en la televisión, me fui hasta el trabajo y me sorprendió lo fácil que llegué hasta allá: ¿qué no apareció ningún impertinente hasta, repentinamente, entrar al periódico?

Un par de horas después, tras el almuerzo, los noticieros mostraban la cara más humana de la sociedad dominicana. En amplios reportajes, que se sucedían en medio de alguna que otra noticia del día, calaron tanto mi alma que me llamó la atención.

Una semana después, con jornadas parecidas a ésta, empecé a preguntarme por qué de repente me sentía tan en paz. Algo había cambiado y, aunque no estaba consciente de qué era aquello, el ambiente era tan respirable que llegué a pensar que esa y no otra era la felicidad.

Fue entonces que sucedió lo inevitable. Hablando con mi familia, y contándoles lo bien que me sentía, ellos me espetaron y me obligaron a regresar a la realidad: estás soñando, me dijeron, y yo no lo creí. Pero un instante después, mientras corría para no escuchar, sucedió lo que más temía: desperté.

Y desperté en un mundo en el que las noticias de primera giran en torno a la prohibición de la Junta Central Electoral de que se continúen promoviendo las campañas electorales; mientras los partidos políticos se oponen a ello y, como si eso fuera poco, sus representantes son protagonistas de una sarta de chismes y desaciertos que nos ahogan allá donde vayamos.

¡Qué decepción! Como siempre, como de costumbre, los políticos de la República Dominicana vuelven a irrespetar las instituciones y, con ello, nos dicen que no están en capacidad de dirigirnos: ¿cómo ellos, que pretenden pasarle por encima a una disposición como la de la Junta Central Electoral porque entiende que perjudica sus intereses, pueden convencernos de que son capaces de ejercer el poder sin pensar en sí mismos o en los dividendos de los de su partido?

Al oponerse a la aplicación de esta resolución, muy inoportuna por cierto puesto que se debió tomar desde que los partidos comenzaron con su prematura campaña electoral, los dirigentes políticos también nos están demostrando que les importa muy poco lo que le sucede al país: en momentos en los que estamos dudando de que se puedan resolver satisfactoriamente todos los problemas dejados por Noel, a ellos sólo les interesa poder promocionarse.

Por eso han olvidado de esos pobres a los que les llevaron alguna ayuda  al parecer demagógica  al principio de la tragedia, así como a una Nación que necesita que todos se dediquen a levantarla en lugar de estar perdiendo el tiempo en cuestiones políticas.

Este es el momento de invertir ese dinero que se gasta en publicidad: ¿por qué no destinar esos recursos millonarios a reconstruir el país? Ese dinero, que sale de nuestros bolsillos por demás, debe destinarse a cubrir las necesidades de la población.

De algo debe servir el que nos pasemos la vida trabajando y pagando los impuestos. No es posible que continuemos dedicándonos a mantener la burocracia y partidocracia locales pero, cuando tenemos un problema, no nos devuelven nada.

Frente a lo que viene  un dólar a cien dólares el barril y una producción local completamente perdida  hay que ser prudente. Por tanto, urge replantearse las prioridades y actuar en función de ellas.

Ya no es asunto de buscar culpables porque, aunque hubo cosas que no se hicieron con tiempo, la Naturaleza se ensañó tanto con nosotros que no había manera de evitar el desastre (aunque se habrían salvado algunas vidas, insisto). Lo que sí tenemos que evitar es seguir perdiendo el tiempo. Para ello es de rigor que dejemos de envolvernos en esa eterna campaña que tanto nos cansa. Vivamos, al menos por unos meses, en santa paz.

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