Visitaré con mayor frecuencia la librería Trejo en su pequeño local de la calle José Joaquín Pérez, porque vivo allí situaciones que luego describo en mis artículos dominicales en este diario.
Recientemente conversaba con la propietaria sobre las ventas de mis obras, y pegué un brinco cuando agredió mis tímpanos un vozarrón masculino.
-¡Diablo, don Mario, parece que fue Santicló quien lo puso en mi camino. Supongo que aquí debe haber un lote de libros suyos!
-Tenemos algunos- dijo doña María Luisa, seguramente pensando que estaba frente a un potencial adquiriente, por la elegante vestimenta del individuo de potente galillo.
Este se acercó a uno de los anaqueles donde estaban colocadas varias de mis obras.
-Conozco pocos escritores tan hábiles como usted para titular sus libros- dijo, tomando un ejemplar del segundo volumen de Mujeriegos, Chiviricas y Pariguayos- creo que es una de las razones por las cuales se venden bien.
Continuó cogiendo y manoseando mis libros, mientras se iluminaba el rostro de la librera con la luz de la esperanza.
-Está bueno eso de Cogiéndolo Suave; leí el primero y el segundo tomo, pero me falta el tercero- expresó, apartando uno de los ejemplares de la obra citada.
-¡Ah, no tengo tampoco éste! -exclamó, tomando el titulado Cuentos de Vividores- y me lo voy a llevar para aprender algunas de las técnicas que usan los jodíos picoteadores para sacarle dinero a los que trabajamos.
Me sentía cada vez mejor ante un lector de mis obras, en una época en que numerosas librerías han desaparecido por la disminución de su clientela.
-¿No tiene aquí, señora, la novela Dos machazos mujeriegos? porque la leí hace muchísimo tiempo, se la envié como regalo a un amigo que vive en Nueva York, y quisiera echarle páginas para la izquierda nuevamente.
-Lo siento mucho- manifestó la mini empresaria de la cultura-pero Mario Emilio no ha traído aquí ese título.
El atildado caballero pagó en efectivo cinco ejemplares de mis obras, y se volvió luego hacia mí.
-Oiga, si usted no me regala esa novela que me falta, devuelvo los otros libros suyos que compré; vaya sacándola del baúl de su carro.
Como un autómata cumplí la orden de mi fan; pensé que de haberme negado, no solo habría devuelto los volúmenes, sino que podría suceder que en un acceso de ira, me aplicara un cocotazo en la mamerria.