Un agravio para el turismo dominicano

Un agravio para el turismo dominicano

JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ ROJAS
Lo acontecido en el hotel Bahía Príncipe ubicado en Magante, muy cerca de la villa de Río San Juan en la costa nordeste de la República, no tiene parangón con ningún otro acontecimiento que haya sucedido en los anales de turismo, después que éste se organizara como la industria sin chimenea y se creara la Secretaría de Estado de Turismo, siguiendo los esfuerzos de un visionario: Don Ángel Miolán.

Resulta que en este momento alrededor de doscientos turistas ingleses se hayan prácticamente detenidos e imposibilitados de viajar a su país, como consecuencia de haberse desatado un brote bacteriano que produjo una disentería a los huéspedes alojados en dicho establecimiento hotelero. Se cree que el germen que originó que más de doscientas personas sufrieran de vómitos y de disentería fue la utilización de alimentos que no tenían los requisitos mínimos de salubridad para el consumo humano.

¿Por qué suceden cosas como éstas? En nuestro país, como consecuencia de la práctica generalizada del «todo incluido», se ha desatado una feroz competencia entre las instituciones hoteleras y los tour-operadores, para captar el mayor número de «turistas» la mayoría de las veces, con una tarifa que incluye el boleto aéreo, estadía con todo pago que incluye todo tipo de bebidas alcohólicas, impuestos, traslado al hotel desde el aeropuerto y hasta algunas visitas a lugares de interés. Todos estos servicios casi al precio de costo, especialmente cuando se está en temporada baja  como ahora,  y que el turismo disminuye ostensiblemente. Es decir, se les ofrece a individuos de escasos recursos y de diferentes países la oportunidad de disfrutar una semana en un hotel, generalmente de dos o tres estrellas, pero que los propietarios lo ofertan como «cuatro y hasta cinco» estrellas. La mayoría de estos visitantes no traen encima más que una mochila y veinte dólares para imprevistos.

Desgraciadamente el suceso que nos ocupa ha tenido como protagonistas turistas ingleses, cuyas agencias de viajes no sólo son de las más exigentes, sino que desde un tiempo para acá han cuestionado «las condiciones higiénicas» de los alimentos y de los servicios que prestan ciertos hoteles, especialmente en la costa Norte por el aeropuerto Gregorio Luperón de Puerto Plata, que es donde recalan los vuelos directos desde Gatwick, Reino Unido. Nosotros, que por razones de trabajo viajamos a Londres de tres a cuatro veces por año, hemos sentido una satisfacción (autobuses de dos pisos con el eslogan «Visit Dominican Republic», pero también el escarnio de tener que responder a viajeros que contrajeron algún tipo de virus en nuestro país.

En un país en donde la libertad de comercio está señalada en la Constitución de la República, es muy difícil tomar medidas drásticas contra esta competencia entre hoteles, que en lugar de cerrar sus puertas en temporada baja, prefieren mantenerse operando con el personal mínimo y los servicios, tanto de suministro de alimentos como de atención a los huéspedes disminuido al máximo. Esto puede costarle, no sólo a este establecimiento comercial, sino a la gran mayoría de los que se encuentran en la zona, graves perjuicios comerciales.

La Secretaría de Estado de Turismo, a la que hay que reconocerle que ha hecho ingentes esfuerzos en aumentar el número de visitantes todos los años, debería analizar las condiciones y los costos que como atractivo ofrecen estos hoteles, y sancionar o quitarle la licencia a los que, con prácticas desleales, quieren captar un segmento de la población de un país que por sus condiciones climáticas vienen a disfrutar de sol, mar y arenas blancas. Creemos que estamos a tiempo de ponerle freno al afán de lucro de hoteleros inescrupulosos, la mayoría extranjeros, y que les importa un bledo la reputación y la trayectoria de nuestro país. Se impone pues una revisión general por parte de inspectores de la Secretaría de Estado de Turismo, Secretaría de Estado de Salud Pública y la Dirección General de Normas y Sistemas (Digenor). Amigo Felucho ¡Ojo avizor!

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