ÁNGELA PEÑA
¿Qué hace un agente de la AMET subido en la parte trasera de una yipeta comentándole a la conductora, una adolescente, que el clima está muy rico para ir a meterse a una cabaña? Eso hizo uno de dos que detuvieron a la joven en una transitada esquina de Santo Domingo. Mientras el que permaneció afuera preparaba los papeles, el propasado uniformado le lanzaba, indirectamente, la propuesta.
Pero dio con una chica de valor que reaccionó diciendo que no se movería del sitio hasta que no llegaran sus padres y hermanos. Tuvo suerte, porque esperaron. Tal vez ella les dijo que era hija de un reconocido hombre de la televisión.
Es probable que el atrevido Amet pretendiera infundirle pánico porque ella no tenía documentos de conducir nacionales, por ser ciudadana extranjera. El caso fue denunciado por los parientes de la detenida que, vale decir, no salía de un bonche de madrugada sino de la tienda de su hermana a la que sustituía por un inesperado internamiento en un centro de salud. Ni siquiera eran las ocho de la noche.
Hay muchas quejas de la población en cuanto a los métodos de esta especial policía que a veces se excede. Algunos critican, por ejemplo, la incautación de la licencia de conducir y alegan que esa práctica no se ve en ningún otro país del mundo. Bastaría, alegan, con el volante detallando el caso para fines de multa y tribunales.
Ahora se denuncia a un ejército de la AMET que detiene sin motivo para cuando tiene parqueadas a sus presas pedirles que se canteén.
Este cuerpo regulador de la obediencia a las reglas de tránsito y del orden vehicular ha merecido un gran respeto de la ciudadanía por la caballerosidad con que casi todos, desde la creación de la institución, tratan a los infractores, aunque los obliguen a aceptar sus decisiones sobre la base de que cumplen órdenes superiores. Merecen tanta confianza que algunos ciudadanos prefieren acudir a ellos antes que a miembros de la Policía Nacional, en casos que no son de su incumbencia.
Pero hay unos abusadorcitos que empañan la bien ganada imagen de ese organismo.
Si a la damita del caso la hubiesen parado en hora más avanzada de la noche, o si ella se hubiese amedrentado frente al indecoroso comentario, tal vez hoy no se tuvieran noticias del indeseable percance.
Es tiempo ya de investigar y depurar la AMET. Esos no son los únicos casos de arbitrariedad, soborno, acoso, aunque, justo es reconocerlo, ese no es el censurable proceder de todos sus miembros.