Un animal palabrero II

Un animal palabrero II

Hegel y Hans Christian Andersen son dos escritores; este escribe novelas y cuentos para niños; aquel acumula razonamientos y los encadena con la esperanza de explicar el mundo y fijar algunos saberes o certidumbres. Las cosas, los hombres, la historia, deben quedar organizados en un sistema. Hegel es un filósofo, en tanto que el cuentista danés es un literato. Los dos trabajan con palabras e ideas, tal como los albañiles trabajan con piedras y argamasa. Charles Darwin, autor de “El origen de las especies”, es también un escritor. Pero no es un literato, ni un filósofo; es un científico empeñado en probar, fundamentar o comprobar cada una de sus aseveraciones escritas.

Hegel, Darwin, Andersen, son tres ejemplares magníficos, tres expresiones concretas del hombre como animal palabrero. ¿Cuál es la diferencia entre el espíritu absoluto de Hegel y el centauro de la mitología griega? Puedo encontrar mayor cantidad de verdad en “El patito feo” de Andersen que en el “espíritu absoluto”. Y más belleza; y más humanidad; más conocimiento del alma de los hombres o de la conducta social. desde esa perspectiva Andersen es un majestuoso cisne y Hegel un pato ordinario y feísimo.
Los científicos expresan los resultados de sus investigaciones con gran aparato de citas y referencias a otros científicos, repitiendo, cacofónicamente, frases hechas tales como: luego, por tanto, de donde, es evidente, lo que queríamos demostrar, queda aclarado en forma concluyente que… Los científicos tradicionales suponían que era posible descubrir leyes invariables de la naturaleza. Pero los historiadores de las ciencias naturales opinan que Ptolomeo fue suplantado por Copérnico; Newton por Einstein y éste por Planck. Las ideas científicas periclitan; un científico desaloja al otro del pedestal de la soberbia del conocimiento definitivo.
Pero es muy difícil expulsar a los poetas nombradores del lugar que ocupan en la estimación de las sociedades. “La campana” de Schiller, según parece, sigue sonando sin la más mínima variación; a pesar del tiempo transcurrido y de las modificaciones del ambiente cultural, el tañido de esa campana no ha sido deformado por el efecto Doppler. Todos los días en la ciudad de Praga, y en otras muchas de Polonia y de Alemania, alguien lee las “Elegías de Duino” del poeta Rilke… (Ubres, 2008).

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