Un año capicúo

Un año capicúo

Mi padre no era trujillista ni antitrujillista. Esencialmente objetivo, tuvo, además, valor para sostener lo que aprobaba y cuanto desaprobaba. En Mallorca todo el mundo estaba relacionado con don Juan March, contrabandista de tabaco que fundó un sistema bancario que llevó su nombre. La familia Gil Vives, de Artá, tenía estrechas relaciones con don Juan. De manera que, cuando el famoso contrabandista apoyó a los nacionalistas contra los republicanos, mi padre se convirtió en recolector de fondos para la causa nacionalista. Preciso es añadir que en las Baleares, pero sobre todo en Mallorca, una inmensa mayoría de los pobladores son monárquicos. Y borbonistas, además.

La familia le enviaba el haz de la Falange, un botón en oro con dos haces de espigas de trigo ligados con un cordón de san Francisco de Asís. Tanto él como mi padrino Alfonso Vargas, catalán, los vendían y mandaban los recursos a Palma. Ambos fueron llamados debido a ello, pues en ese momento Rafael L. Trujillo se inclinaba por los republicanos. Hacia los días en que abortó en el país el movimiento de la Juventud Democrática, originalmente formado con consentimiento del régimen, ocultó a César Batista. Sobrino político, de algún modo fue rastreado y negocio y vivienda fueron allanados.

No tuvo suerte César, pues aunque no fue encontrado, decidió librar a su tía materna de un percance y salió del escondite. Según se cuenta, un camión lo atropelló en la avenida José Trujillo Valdez, mientras deambulaba borracho. César, por cierto, conforme tradición oral de la familia, era abstemio militante, como lo fue mi padre.

Con ambos antecedentes, papá desemboca al promediar el decenio de 1950, en una diferencia con Romeo Amable Trujillo Molina, alias Pipí. Inocencio Marrero -al parecer, pues no tengo información precisa sobre el particular-, estaba de alguna manera vinculado a Pipí. Al incendiarse su bodega de Haina, rompen relaciones. Pero Inocencio procura convencer a Pipí de que el negocio es bueno. De modo que lo insta –y lo convence- de acudir a una bodega de mi padre, en Piedra Blanca. Por razones desconocidas, Pipí se inclina por negociar con papá. Pero su propuesta de establecer una bodega en Esperanza –usted pone y yo gano- no es del todo convincente. Es el instante en que comienzan las desgracias de papá, que lo llevarán a desconocidos encierros sin procesamiento, de los que se libra por la intervención de amigos.

Nicolasa y Ramona Rodríguez Fernández han estado vinculadas a negocios de mis padres. Observando en algún momento que a papá no se le ve con frecuencia, Ramona habla con mamá para llevarla hasta la presencia de su tío, Ludovino Fernández. Es el primer rescatador de papá. Y tal vez habría seguido siéndolo, si la historia personal del general no sufre un giro que lo lleva a la tumba. A Ludovino lo seguirán como salvadores, Tomás Morales Garrido (Papucho), Monseñor Octavio Antonio Beras Rojas y, por último Augusto Peignand Cestero, según la ocasión y los días del encierro.

Pero es a Monseñor Beras al que corresponde esta historia. Arzobispo coadjutor de Santo Domingo, era amigo, desde muchacho, de mi familia materna. Conoció por consiguiente a papá, por esta razón. Logró que papá fuese localizado en sus encierros en más de una ocasión y hacia los días finales de 1960, le dijo a mamá:

-Glorita, no te preocupes, que el año entrante es capicúo. Con la ayuda de Dios Pedro no volverá a ser perseguido.

Esas palabras se cumplieron, con absoluta seguridad, luego del 30 de mayo de 1961. Aunque, debo decir que cuando se recurrió a Peignand Cestero, tal vez porque era hombre sin ataduras con el pasado del régimen, le habló del caso a Rafael Trujillo. La información transmitida a mi madre, junto a la excarcelación de papá, era que Trujillo se indignó por aquellas persecuciones llevadas a cabo por su hermano. Sin ninguna razón.  

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