Un año sin la bonhomía y autenticidad de un amigo a tiempo completo

Un año sin la bonhomía y autenticidad  de un amigo a tiempo completo

Hace poco más de un año, Jeanne Marion-Landais y yo nos encontramos en una visita al periodista Joaquín Ascensión en su morada, y antes de que intercambiáramos breves palabras, nuestras miradas fueron de rápida y coincidente tristeza porque sabíamos que pronto perderíamos al amigo, al hermano con el que siempre podíamos contar.

Aún con sus fuerzas físicas severamente menguadas por una devastadora enfermedad, Joaquín mantuvo buen ánimo hasta el último momento y se esforzaba por reconfortarnos en lugar de transmitir desaliento por la inmensidad del cariño que siempre brindó a todos aquellos que le conocieron y trataron de cerca.

La partida de Joaquín cuando todavía estaba en la plenitud de su ejercicio profesional de periodista y abogado-notario y luego de una ardua lucha contra un cáncer, privó a sus amigos y a la sociedad dominicana de un hombre solidario y de probada vocación de servicio.

En un país aquejado, entre otros muchos males, por la indiferencia y el particularismo, su forma de ser y de actuar le granjeó una incontable cantidad de genuinos afectos y de amistades perdurables.

En silencio, sin hacer ostentaciones ni buscar reconocimientos por su carácter sencillo y de bajo perfil, de manera presta y espontánea orientaba a quienes tocaban su puerta, a sabiendas de que sus casos serían tratados y resueltos en la más estricta confidencialidad.

Cuando además de un buen consejo se requería alguna ayuda material que no estaba a su alcance, él la gestionaba y su insistencia para lograrla era tan intensa como la necesidad y la indefensión del solicitante.

Su sentido del compromiso, del deber y de la responsabilidad no admitía fallas ni excusas. Se exigía demasiado, a veces más allá de lo razonable y es probable que esto precipitara sus padecimientos de salud.

La legión de colegas y amigos que desfiló ante su lecho en las últimas semanas de su titánica lucha contra un cáncer incurable fue un tributo a un hombre noble y, sobre todo, admirablemente humilde.

En la funeraria y en el camposanto, mucha gente agradecida y tan leal como él, acudió a despedir al amigo que nunca les falló, porque no sabía decir no. Un año después no se cansan de referir tantas anécdotas y testimonios sobre el apoyo oportuno y decidido que siempre recibieron.

En efecto, este singular ser humano se distinguió por la autenticidad de sus actos sencillos y por el valor que le asignaba a la amistad, por encima de conveniencias efímeras, y ajeno a representaciones de ocasión.

Su experiencia en el periodismo fue dilatada, tanto en radio como en televisión y prensa escrita, ya que laboró en varios programas y como corresponsal del periódico El Vocero, de Puerto Rico.

Dotado de un dinamismo extraordinario y de un fino tacto para resolver situaciones, por más complicadas que fueran, era además un trabajador incansable, 24 horas disponible para atender sus obligaciones y un servidor a tiempo completo que no se desconectaba de las noticias y tampoco de lo que pudiera afectar a algún conocido.

Gente amiga que nunca olvidará a Joaquín -por su entrega, aportes humanitarios y un gran legado personal- no se cansa de proclamar que hombres nobles y de corazón abierto a la humildad merecen vivir más.

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