Un antecedente imitable

Un antecedente imitable

R. A. FONT BERNARD
El Presidente norteamericano Rutheford Hayes figura en el décimo noveno lugar en la lista de los jefes del Ejecutivo de los Estados Unidos de América. Su elección, la más discutida en la historia de ese país, tuvo lugar el 4 de Marzo del año 1877. Terminó su mandato el día 3 de Marzo del 1881, y falleció dos años más tarde, en 1883.

Para sus correligionarios del Partido Republicano, el señor Hayes era un ciudadano respetable, pero mediocre, que había desempeñado en tres ocasiones la gobernación del Estado de Ohio. El año 1876 fue seleccionado para enfrentarlo, en las elecciones de ese año, con el demócrata Samuel J. Tilden, quien había desempeñado notablemente la gobernación del Estado de Nueva York. A la vista de las bancarrotas, moral y administrativa, de las administraciones republicanas anteriores, presididas por el General Ulises Grant, todos los pronósticos, (entonces no existían las encuestas), apuntaban hacia un triunfo decisivo del candidato del Partido Demócrata, desplazado del poder durante cinco períodos consecutivos.

En la noche del día 4 del año preindicado, los primeros escrutinios favorecían la victoria del demócrata Tilden, tras comprobarse su triunfo en las áreas densamente pobladas de Nueva York, Indiana, Connecticut y Nueva Jersey. Pero a la mañana siguiente, los directores de la campaña electoral republicana llegaron a la conclusión de que el triunfo estaba de su lado, pese a que los votos de otros Estados, señaladamente demócratas, hasta entonces estaban indecisos.

La situación, según los observadores políticos de la época, era sumamente comprometida, toda vez que si en principio el Estado de Nueva York, la Florida y Luisiana habían votado por el demócrata Tilden, los resultados finales favorecieron, mínimamente, al republicano Hayes, mediante el voto de las áreas rurales.

La Constitución ordenaba que el «presidente del Senado, en presencia de éste y de la Cámara de Diputados, abriera todos los certificados y contaran los votos». Pero divididas ambas presidencias entre demócratas y republicanos, si el resultado lo hacia el Senado, la elección sería de Hayes, y si era la Cámara de diputados, la presidencia sería de Tilden. Mas si ambas cámaras no podían ponerse de acuerdo en el procedimiento, ¿quedaría la Nación sin un jefe del Estado?

La solución fue propuesta por el diputado y luego Presidente James Garfield, quien en una carta dirigida al candidato republicano Hayes, le advirtió que los extremistas de ambos bandos estaban dispuestos a causarle problemas a la Nación, pero que mientras tanto habían dos fuerzas trabajando. «Los hombres de negocios demócratas del país, tienen más necesidad de tranquilidad que Tilden, y los viejos «whigs» están diciendo, «que ya han visto suficientes guerras». Lo procedente era, en consecuencia, un entendimiento de las partes, y con ese entendimiento, el Congreso pudo actuar. El 29 de enero del 1876, fue nombrada una comisión electoral –cinco miembros de la Cámara, cinco del Senado, y cinco de la Suprema Corte de Justicia–, que no obstante dividirse, según los lineamientos partidistas respectivos, votó en favor del republicano Hayes.

Reluctantes, los demócratas aceptaron una decisión, que para muchos de ellos parecía injusta, conscientes sin embargo de que para el pueblo norteamericano lo importante era la Nación y la preservación de la democracia. Hayes, comprometido previamente con un «entendimiento nacional», tomó posesión de la Presidencia el 2 de enero. Pero, en lo adelante, quedó establecido que los Estados Unidos no estaban ya bajo el dominio absoluto de los republicanos, y que el juego de los partidos era un hecho que sería la garantía de una auténtica democracia.

Ambos partidos políticos, en vez de amontonar leños secos para provocar un incendio, se acogieron a la idea de John Locke, hecha suya por los Padres Fundadores de la Nación, conforme a la cual, «las leyes de la necesidad, de la autoconservación, de la salvación de la Patria, deben sobreponerse a la ley escrita, para que al fin no se sacrifiquen absurdamente a los medios».

A mí se me ocurre creer que no todos los participantes –con excepción muy conocida–, en la reunión del pasado día 3 del presente mes, en el local de la Pontificia Universidad Madre y Maestra, saben quién es John Locke como el iniciador del liberalismo moderno. Pero como en el ejercicio de la actividad política rige la teoría de «lo posible y lo conveniente», hay que aguardar los resultados definitivos de la predicha reunión, invocando con la ayuda de Monseñor Agripino el latinazgo que sentencia que «más vale resbalar con el pie que con la lengua».

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