Los archivos nacionales son el repositorio de la memoria histórica de los pueblos. Gracias a ellos una nación puede estudiar y analizar su pasado, entender su presente y planear su futuro. De ahí la extraordinaria importancia que reviste la conservación integérrima de los preciosos, abundantes e invaluables documentos del acervo histórico dominicano.
Si bien resulta difícil de creer, también los pueblos primitivos y sin escritura tenían sus archivos, pero de carácter oral, con los cuales recordaban, mediante canciones y recitales, los hechos más sobresalientes de los que habían sido protagonistas. Un ejemplo de lo dicho son los areitos de los tainos.
El Archivo General de la República Dominicana fue creado mediante decreto o ley 912 de mayo de 1935, y dotado de un reglamento que lo regulaba.
Tres años después, en marzo de 1938, se inició la publicación de su Boletín, en el cual se recogieron no solo los documentos más significativos de nuestro complejo pasado, sino además los extranjeros que se referían a él, así como artículos de los más ilustres historiadores criollos, quienes trataron temas muy diversos.
Entre unos y otros se pueden citar a Máximo Coiscou, José Gabriel García, Américo Lugo, Mejía Ricart, Peña Batlle, Rodríguez Demorizi y Emiliano Tejera. Respecto a los foráneos destacan Bernaldo de Quirós, Erwin W. Palmer y fray Cipriano de Utrera.
Junto con esos autores, cabe señalar asimismo a los diversos cronistas que nos han legado relaciones, memoriales, descripciones de Santo Domingo y la geografía de la isla, como Sigüenza y Góngora, Francisco de Torquemada, el oidor Echagoian, González Dávila, López de Velasco, Luis Jerónimo Alcocer, Montemayor de Cuenca, Araujo y Rivera y Haro y Monterroso.
Luego del genocidio del tirano Trujillo, el Archivo General de la Nación inició un imparable proceso de decadencia debido al descuido, negligencia y desinterés de sus sucesivos directores. En gran medida, cesó la recopilación de documentos, muchos de ellos se deterioraron o fueron destruidos por el comején y otros simplemente desaparecieron y se los robaron.
Conocedor de la importancia del archivo, el Presidente de la República, el doctor Leonel Fernández, nombró en el año 2004 director de ese organismo al doctor Roberto Cassá, distinguido historiador y autor de varias valiosas obras sobre temas de nuestro pasado. A partir de ese momento todo cambió para bien. El Archivo General de la Nación es actualmente un modelo de organización y dinamismo gracias al tesón y entusiasmo de su nuevo director y colaboradores.
Dejando a un lado los distintos departamentos administrativos y de finanzas, asesoría legal y recursos humanos, el archivo está dividido en los servicios técnicos, investigación y divulgación, materiales especiales, nacional de archivos, referencias, descripción, hemeroteca y biblioteca. Cada uno cuenta con un personal especializado.
Mención aparte merecen las publicaciones. Desde el 2005 al presente, el archivo ha editado nada menos que 300 obras, lo que equivale a 25 por año, y tiene en proyecto otras 25. Sus contenidos versan sobre historia colonial y republicana, educación, literatura y política y sus autores son José Ramón López, Alejandro Angulo Guridi, Alejandro Llenas, Félix Evaristo Mejía, Manuel de Jesús Galván, Hipólito Billini, Mariano A. Cestero, Guido Despradel, Raymundo González, Genaro Rodríguez, Roberto Cassá, Emilio Cordero Michel, Vetilio Alfau Durán, Bernaldo de Quirós, Vicente Rubio, José Luis Sáez, Eugenio María de Hostos, José Luciano Franco, Manuel Vicente Hernández González y otros más. También ha reanudado la edición de su boletín.
Una novedad del archivo es la celebración en octubre de su feria del libro histórico en el edificio que le sirve de sede. En los dos años que lleva realizándola ha obtenido un gran éxito de ventas.
Tiempo atrás, tuve el placer de donar al Archivo dominicano cientos de documentos que había copiado a mano en el General de Indias de Sevilla, en el que permanecí investigando cuatro años de lunes a sábados.
Lo único que solicité fue que los encuadernaran, pero ignoro si se hizo. Durante la dirección del doctor Cassá, también entregué otros muchos y pienso seguir enviando más. El licenciado Bernardo Vega tuvo también la gentileza de ceder toda la documentación que extrajo de los archivos de Washington concernientes a las relaciones de Trujillo y los Estados Unidos. Exhorto a los historiadores que guardan los suyos a imitarnos.
El Archivo General de la Nación necesita ayuda económica para poder continuar con sus publicaciones e implementar otros proyectos. El Ministerio de Cultura, de quien depende, debe aumentarle sustancialmente el presupuesto que le asigna. Fundaciones culturales, bancos, industrias, empresas eléctricas, grandes supermercados e instituciones de carácter altruista están en la obligación moral de cooperar con el archivo, para que su director logre las metas que se ha trazado. Su formidable labor es digna de un cálido aplauso. Se lo ha ganado con creces.