Un artículo de Fonchi Lockward

Un artículo de Fonchi Lockward

BIENVENIDO ALVAREZ VEGA
Quiero compartir con los lectores de esta columna un excelente y pertinente artículo escrito (casi completo) y publicado por el doctor J. Alfonso Lockward, conocido entre los suyos como Fonchi Lockward. A propósito de cumplirse en estos días el tercer año del fallecimiento de este distinguido hombre público, un hombre de una recia formación intelectual y cristiano convencido, su fiel y amada esposa, la doctora Lina Columna de Lockward, me hizo llegar este artículo.

Fonchi dedicó su atención y su creatividad a muchos campos aparentemente disímiles. Fue un gran maestro bíblico, desde el púlpito sagrado y desde la escritura de ensayos y libros, fue un compositor y poeta inspirado, autor de libros sobre temas históricos, cristiano permanentemente preocupado por la difusión del evangelio y, sobre todo,  un político que ocupó importantes funciones gubernamentales y que buscó la Presidencia de la República en la boleta del antiguo PRSC.

Aquí les dejo con casi todo el artículo que nos hizo llegar la doctora Lina Columna de Lockward, titulado “Mensaje para un hombre honesto”. Observen su pertinencia:          

¡Escúchame tú, dondequiera que te encuentres!  Yo no soy de tu estirpe, pero quiero serlo.  Hazme aunque sea adoptivo de tu generación.  He decidido vocearte, así de lejos, porque sé que debes sentirte muy solo en medio de tanta podredumbre.  Solo en medio de la multitud que aprieta.  Vacío de compañerismo entre la turba.

Se me ocurre que te sientes como el profeta Elías ¿lo recuerdas?  El también amaba a su nación y le dolía el alma al contemplar su estado, palpando la triste realidad de que todos andaban tras sus apetitos, sirviendo al dios del dinero o a la diosa del placer.  Y aunque comenzó una cruzada de honestidad y de retorno a lo verdadero, un día se sintió desalentado y se metió en una cueva en Horeb.  “¿Qué haces aquí, Elías?” Le preguntó Dios. Y él dijo: “Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot, porque los hijos de Israel te han abandonado, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela”.

Elías tenía ese celo santo que creo que tú tienes.  Y se sentía deprimido al comprobar como sus conciudadanos habían abandonado los valores antiguos.  “Han derribado tus altares”, decía él.  Ya no se rinde culto a la rectitud, sino a la viveza.  “Bueno”, no es el que actúa rectamente, sino el más vivo.  Ya no se rinde culto a la pureza, sino a la promiscuidad.  Se derribó el altar a lo austero y en su lugar se erigió otro al derroche y a la chabacanería.  ¿Te acuerdas de aquella época cuando se rendía tributo a la lealtad? Pues, bien. Ya no es así.  Ahora se guarda veneración a la inconsecuencia.  Y en medio de los nuevos altares de estiércol, en la cima, sobre una montaña de hambre, han levantado un altar al que es su dios supremo: el dinero.  Este, gran hacedor de espejismos, domina desde allí las mentes y los cuerpos.  Y todos le rinden tributo, obedeciendo sus leyes siguiendo sus dictámenes.

“Algún profeta aparecerá por ahí”, me dirás… Sí, es verdad.  Han aparecido.  Pocos.  Pero han aparecido.  El oficio de profeta sin embargo, sigue siendo tan impopular como en los tiempos de Elías.  Los matan¼mi amigo¼los matan.  Y por eso todo el mundo calla, como si estuvieran viviendo en un barril de heces que les llega hasta la barbilla.  Y temen abrir la boca.

Sí. En aquel momento cuando el profeta se sentía solo, creyendo que únicamente él se dolía por la condición del pueblo.  Que solo a él le molestaba la fetidez de la corrupción imperante.  En ese instante preciso Dios le mostró que no, que el no estaba solo, que habían muchos otros que se negaban también a adorar a los nuevos dioses de la prostitución espiritual.  Eran siete mil.

Dije que eran muchos.  Pero, en realidad, en términos relativos, eran pocos frente a la enorme población que se había dejado llevar por el camino de la corrupción.  Lo que pasa es que para empezar la redención de un pueblo no se necesitan grandes contingentes.  El principio esta en la agrupación de esos hombres que son como tú.

No quiero que te consumas en ese deprimente complejo de soledad.  Es más, déjame añadirte esto: No solo hay otros que son como tú, sino que habemos muchos que soñamos ser como tú¼Algún día¼

Ahora nos sentimos todos condicionados por el medio.  Debajo de este pedazo de cielo no se puede hacer  casi nada sin la corrupción.  Ella esta allí; deidad omnipresente en cada movimiento, condición sine qua non para que las cosas puedan ser, esto es, tengan posibilidad.

Ni uno solo de nosotros puede arrojar la primera piedra diciendo que nunca ha hecho algo corrupto.  Es por eso que te vemos como a un bicho raro.  Y ¿sabes?  A veces hasta nos molesta tu mera existencia.  Porque como que nos acusas sin decir nada.

¿Sabes una cosa?  La corrupción no solo tiene sus adoradores y sus sacerdotes.  Ahora tiene hasta profetas.  Gente que explica, racionaliza y hasta justifica su existencia.  Nos enseñan que ella es una deidad necesaria para el orden, que sin ella vendría el caos y que es necesario rendirle tributo porque si no se acercaría al fin del mundo.

Piensan que tú no existes.  Que todos son como ellos,  Y que si no son corruptos, por lo menos son corruptibles, porque todo hombre tiene su precio.  Pero como yo se que no es así, porque yo creo en ti, te grito desde mi propio pozo.  ¡Oye mi voz!  Porque me siento inundado a la barbilla.  Escúchame, que yo te hablo a nombre de los que no quieren vivir así.

Aquí hay muchos comerciantes que quisieran trabajar con un solo juego de libros de contabilidad.  No te imaginas la cantidad de servidores públicos, civiles y militares, que quisieran recibir un salario decente, que no les obligue al macuteo para poder subsistir.  Ven y te darás cuenta de los muchos empresarios que se sienten molestos porque están obligados a hacer cosas incorrectas, pues de lo contrario no podrían hacer negocios.

Convéncete.  No solamente hay honestos, como tú, sino que también hay los que quieren ser honestos, pero no pueden porque la corrupción se ha convertido en una institución.  Una institución poderosa, demoledora, infiltrante, alevosa y casi inevitable.

No nos desprecies, amigo mío.  Aunque nos veas así, no queremos continuar en este estado.  Soñamos con ser limpios.  Queremos respirar aire puro.

Levántate y acude en nuestra ayuda ¡Oh hombre extraño! Ven.  Que si trabajas con tus compañeros, estamos dispuestos a barrernos a nosotros mismos si es necesario y te construiremos una montaña de respeto, donde pongas tu silla y asientes tu cátedra.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas