Un asunto de Estado

Un asunto de Estado

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MIGUEL RAMÓN BONA RIVERA

El miércoles 18 de septiembre del año 2002, los principales periódicos españoles recogían en sus portadas una noticia de relevante importancia histórica.

En efecto, los periódicos «El País», «El Mundo», «ABC», «La Vanguardia», «El Periódico» y otros más reseñaban a grandes titulares el inicio de una investigación genética autorizada por el gobierno español para determinar finalmente si los restos de Cristóbal Colón se encuentran en Santo Domingo o en Sevilla.

Las fotografías que acompañaban la reseña periodística mostraban la urna contentiva de los huesos de Diego Colón, hermano menor del Descubridor de América, que acababan de ser exhumados en Sevilla para proceder al inicio de la investigación genética. Luego tendrían que ser examinados los huesos del hijo menor del Descubridor, Hernando Colón y los restos que se encuentran en la catedral de Sevilla, que los españoles aseguran que son los de Cristóbal Colón, y que los dominicanos decimos que son los de su hijo mayor, el virrey Diego Colón -se llamaba Diego igual que su tío- y finalmente, previa autorización del gobierno dominicano, se someterían a un análisis los restos que se encuentran en el Faro a Colón y que los dominicanos aseguramos que son los del Gran Almirante Don Cristóbal Colón.

Pero hagamos un poco de historia.

Cristóbal Colón, Diego Colón su hijo y Diego Colón su hermano, fallecieron en España y fueron sepultados en el monasterio de Santa María de las Cuevas en la Cartuja de Sevilla.

Posteriormente, previa autorización de la corona española, la nuera de Colón y viuda de su hijo Diego, la virreina María de Toledo, trasladó los restos de su suegro Cristóbal Colón y de su esposo Diego a Santo Domingo para ser sepultados en la catedral, cumpliendo así con la voluntad testamentaria del Gran Almirante y su hijo.

Desde que asomaron las invasiones inglesas de Francis Drake en 1586 y Penn y Venables en 1655, la tumba del gran Almirante Don Cristóbal Colón había permanecido oculta en el presbiterio de la catedral de Santo Domingo sin ninguna tarja que la identificase, para evitar así que la misma pudiera ser profanada o saqueada por cualquiera otra futura invasión de los enemigos de España.

Es así como en 1795, cuando mediante el tratado de Basilea, España cedió a Francia la parte que le pertenecía de la isla de Santo Domingo, las autoridades españolas decidieron entonces llevarse los restos de Cristóbal Colón y trasladarlos a La Habana, Cuba, que seguía siendo colonia de España.

Con premura, aunque nadie sabía a ciencia cierta en qué sitio de la catedral estaba enterrado Colón cavaron en el área del presbiterio cerca de altar mayor que era el lugar en donde la tradición oral señalaba que estaba la tumba, y encontraron allí unos huesos sin ninguna identificación, y los tomaron como los de Cristóbal Colón.

Como no había nada que identificara dichos restos, el funcionario del gobierno español que levantó el acta correspondiente, Don José F. Hidalgo, Escribano de Cámara de la Real Audiencia de Santo Domingo, fue honesto y escribió lo siguiente: «Se abrió una bóveda que estaba en el presbiterio, del lado del evangelio, y en ella se encontraron unas planchas de plomo, indicantes de haber habido una caja de dicho metal, y pedazos de huesos de canillas y otras partes de algún difunto, y se recogieron con la tierra que con ellos había mezclada con dichos fragmentos».

Nada más. Ningún indicio que pudiera asegurarles a las autoridades españolas que aquellos eran los restos de Cristóbal Colón. Entonces tomaron esos huesos y con gran pompa los trasladaron a La Habana, Cuba.

Sucedió entonces que el 10 de Septiembre de 1877, mientras se realizaban trabajos de remosamiento de la Catedral de Santo Domingo, bajo la dirección del padre Francisco Javier Billini, del sacristán Don Jesús María Troncoso (bisabuelo del actual canciller de la República, Ing. Carlos Morales Troncoso) y del delegado de la Santa Sede monseñor Roque Cocchia, en presencia de éstos se perforó un nicho sin identificación situado en el presbiterio del lado del evangelio, cerca del altar mayor, y dentro de él apareció una urna de plomo contentiva de unos huesos con la siguiente inscripción en el reverso de la tapa: «Ilustre y Esclarecido Varón Don Cristóbal Colón.

Inmediatamente se convocó al gobierno en pleno y al cuerpo consular acreditado en el país para que comparecieran ese mismo día a las cuatro de la tarde a la catedral de Santo Domingo para ser testigos de tan magno descubrimiento.

Entre los diplomáticos extranjeros que certificaron el hallazgo, se destacó la presencia del cónsul de España, Don José Manuel Echeberri.

 

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