El presidente de la Sociedad Dominicana de Psiquiatría advirtió que los menores que se ven envueltos en hechos delictivos no se regeneran y que su comportamiento seguirá siendo igual, hasta el día en que son llevados a la tumba.
Señaló además que éstos al delinquir están totalmente conscientes, igual que los adultos, de que sus acciones son indebidas, por lo que están en capacidad de recibir iguales penas y, por ende, sugiere una revisión del Código del Menor. Al leer estas declaraciones recibimos con alegría el llamado a realizar un análisis serio de las sanciones que se han establecido para quienes, con conocimiento del mal, planifican la destrucción de otros y, amparados en la minoría de edad, cometen estos abominables hechos. Del corazón salen todos los malos deseos. Independientemente a la edad, la naturaleza del ser humano lo conduce a transgredir los principios establecidos.
Es por esto que, siendo los mismos hechos e igual maldad manifiesta, las consecuencias deben ser las mismas, para unos y para otros. Sin embargo, no podemos robarle a ningún ser humano la esperanza de la regeneración, que le puede ser dada a través del arrepentimiento genuino. No importa cuan grave sea el hecho cometido, el volverse a Dios hace que este sea borrado y echado al fondo del mar. El acercarse a Jesús buscando una vida diferente, es la garantía de que el corazón empieza a ser transformado y el deseo de hacer el mal es sustituido por un anhelo de paz, de justicia y de verdad. Si las autoridades y la nación en general se unen para lograr que nuestros menores se acerquen a Jesús, con asombro vivirán la experiencia de cómo sólo el Señor tiene el poder de cambiar un corazón sucio y hacer de un hombre, desechado y condenado por siempre al fracaso y a la destrucción, una persona totalmente nueva y capaz de no dejarse llevar de lo malo, sino apta para vencer con el bien el mal.
Si queremos detener la violencia y disminuir el índice de criminalidad, vayamos al corazón, porque de él mana la vida.