Un borracho y un lengualarga

Un borracho y un lengualarga

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Cuando Ladislao olió el trago de ron servido por Lidia arrugó la nariz y apretó la boca. Es como un palinka de caña de  azúcar. Huele como las cubas de los ingenios que visitamos la semana pasada. Claro, en esos cubetones se deposita el guarapo de la molienda. El guarapo es el jugo de la caña; y esa es la materia prima del ron. Ladislao consumió su bebida de un sólo sorbo decidido, entre resignado y rabioso. Lidia, sírveme otro trago de ron. Bebe despacio, Ladislao, no vayas a coger un guarapete, como dicen en Santiago. Sirve el trago, mujer, no demores las cosas inevitables; tengo que ventilar el corazón y la cabeza. Ahí está el trago, ese vasito es la medida que se usa en todas partes, desde Pinar del Río hasta Baracoa. Pero, oye bien, por ventilar la cabeza no dañes el estómago.

Lo primero es que voy a aplazar el viaje hasta el próxima semana. Y añadió con gravedad: ¿No te parece raro que un chofer sepa en que oficina trabajo y quiénes son mis superiores en la Unidad? Aquí todo se sabe, Ladislao, menos las cosas políticas de gran importancia para la población. El gobierno mantiene en secreto un montón de cosas; sin embargo, se van sabiendo poco a poco, por lo bajo, antes de que las noticias salgan en el periódico o el Comandante anuncie un problema o un cambio. Si un húngaro anda por la ciudad con una mulata trepada en una bicicleta ¡por algo será! Además, el pobre Azuceno es un lengualarga y lo hemos dejado a pie.  Ladislao escudriñó los ojos negros de Lidia, tratando de penetrar en su azorante cabeza antillana. ¿Qué fuerza animal sostiene los huesos y la voluntad de esta mujer? ¿Qué lleva en los tuétanos que le libra del miedo y de los engaños del mundo?

Sentado en la mecedora Ladislao saboreaba el ron mientras Lidia se movía por toda la casa: enderezaba un cuadro, subía a un taburete para estirar una cortina, daba una breve carrera a la cocina para apagar la hornilla o tapar una olla, salía al patio a buscar unas hojas. Todo lo hacia con gracia, alegremente, con serena claridad mental. En un dos por tres Lidia arreglaba un florero y ponía a sonar una música en la radio. De todo esto había disfrutado Ladislao otras veces. – Mirar trabajar a una mujer es uno de los espectáculos más hermosos que hay en la vida, dijo Ladislao levantando el vasito de ron. Oye, no te pongas filosófico; que mucho te gustó ver bailar a la negra en el tugurio donde fuiste con los bandidos de la Unidad; parece que una mujer con poca ropa también es un espectáculo hermoso para los húngaros.

Ustedes los hombres esperan sentados mientras nosotras preparamos la comida o el café, es por eso que gozas tanto viéndome trabajar; todos los holgazanes son contemplativos. Esa es la verdad.

Bueno, Ladislao, en verdad de verdad, esa no es la verdad.

Lo que pasa es que Azuceno me ha contado que tú le dijiste que te encantaba ver a las mujeres ajetrear en la casa. Al saber eso, por vía de ese pájaro lengualarga, cuando vienes a mi casa me empeño en que te fijes en mí. Me vuelvo loca haciendo arreglos y oficios porque me gusta que a ti te guste. Lidia se volteó rápidamente y su bata se expandió como un paracaídas inflado por la brisa. No olvides que quiero enseñarte a bailar el danzón. Pero no te obligaré; serás tu quien tenga la última palabra. En el momento en que se despierte tu ánimo, ahí estaré yo, Ladislao, concluyó más aturullada que con picardía.  Lidia, tengo ya varias fichas sobre la música de Cuba; las he sacado de un libro de Alexei Carpentier. ¿Fichas? ¿Qué fichas son esas? ¿No serán fichas de dominó? ¿Ese señor Carpentier, no es un escritor? ¿Qué te puede enseñar ese hombre si no toca, ni baila? No creas eso Lidia, he escuchado la zarzuela Trespalillos, de un tal Otero; También pude oír una grabación de A la loma de Belén. Ladislao se levantó, tomó la botella de ron y llenó el vaso de nuevo hasta los bordes. Con la cara enrojecida, sin camisa y sonriendo, el húngaro requirió la atención de Lidia: ven a oír el texto de la ficha que guardaba en el bolsillo de la camisa. Con voz muy lenta leyó: “póngase una mulata a mover las caderas al alcance coreográfico de un bailador, y todos los presentes producirán los ritmos adecuados, con las manos, en un cajón, en una puerta, en la pared… Es significativo que la palabra rumba haya pasado al lenguaje cubano como sinónimo de holgorio, baile licencioso, juerga con mujeres…”

Caramba, Ladislao, no sabía yo que estabas leyendo esa clase de asuntos que brotan del baile, que son tan naturales. ¿Pongo la música? – Para tratar de comprender a los cubanos y para entenderte a ti averigüé la historia de tres mulatas; la de Adela “quita dolores”, la de Juana Chambicú y la de María de la O. Ninguna es, a mi manera de ver, más atractiva que Lidia Portuondo. Fue Azuceno quien me dio a conocer una guaracha del siglo pasado, con letra en versos octosílabos: La mulata es como el pan; / se debe comer caliente, / que en dejándola enfriar,/ ni el diablo le mete el diente./ Ladislao, con la vista fija en los ojazos de Lidia, se atrevió a decir: eres una mujer fragante. Lidia, enseguida, contestó: en cambio tú tienes un fuerte olor a níspero. De esta casa no saldrás hasta mañana. No debes ir a dormir al hotel en ese estado.  

henriquezcaolo@hotmail.com

Publicaciones Relacionadas

Más leídas