Vivimos rodeados de embustes por todas partes. Esa masa de embustes está penetrada de verdades, como un salchichón salpicado por granos de pimienta. La verdad no es hoy la materia principal de la convivencia entre los hombres; no es el filete de res que el cocinero mecha con trocitos de jamón y zanahorias. Al oír temprano, en la radio y la televisión, los “comentarios de actualidad”, nos parece que muchos periodistas hacen buches de mentiras, de la misma manera que al levantarnos hacemos gárgaras con el enjuague bucal. Terminamos acostumbrándonos a comer todos los días una especie de gazpacho, compuesto con más mentiras que verdades.
Gracias a Dios, los organismos de los seres humanos se adaptan a esta combinación desprorpocionada de embustes y verdades y, finalmente, realizan su asimilación completa. Vivir “entre dos aguas”, a medio camino entre lo verdadero y lo falso, no satisface a los filósofos tradicionales. ¿Qué haremos con el principio de contradicción? ¿Con el de tercio excluso? La lógica aristotélica no sirve para razonar cierta clase de asuntos: dinero y bancos, política y administración, inversiones extranjeras, son temas “refractarios” a la verdad. Conviene apartarse de ellos, pues tratarlos con veracidad puede acarrear quemaduras de tercer grado. El comentarista radial y el hombre común, intuyen siempre el peligro de decir la verdad.
La “búsqueda de la verdad” se ha convertido en una antigualla, tanto lógica como ética. Las críticas de Bacon a Aristóteles, las tablas de verdad de Ludwig Wittgenstein, los empeños de Karl Popper por establecer métodos de verificación y “falsación”, son piezas de museo. Esta hermosa colección de “mente facturas” ornamenta la historia intelectual del hombre de Occidente. Pero las multitudes contemporáneas han aprendido a sobrevivir en las aguas turbias de mentiras políticas, económicas e ideológicas.
La “vida real”, la que se vive en las calles, en el trabajo, en la lucha por conseguir “el pan de cada día”, deja pocos resquicios a la verdad. El hombre de hoy debe “saber moverse” en una atmósfera minada por la mentira. Ha destilado una filosofía, o regla de conducta, ajustada al mundo del embuste. Oscar Wilde escribió un ensayo titulado: “Decadencia de la mentira”. Ahora ocurre estrictamente al revés; la verdad está alicaída.