Un café caliente para levantar el ánimo

Un café caliente para levantar el ánimo

Madrid. No es un producto americano de nacimiento, pero fue a partir de su aclimatación en América cuando el café se adueñó del mundo, desplazando a las otras dos bebidas importadas por los europeos, el muy americano chocolate y el muy asiático té… aunque éste continúe siendo el brebaje preferido por los británicos, que han hecho del «five o’clock tea» una de sus señas de identidad.

El café llegó a Europa Occidental relativamente tarde, a finales del siglo XVI, procedente de Arabia -adonde había llegado de su Etiopía natal- vía Turquía. No fue, sin embargo, hasta bien entrado el siglo XVII, con la apertura de los primeros cafés -en Livorno, Venecia, Marsella, París, Oxford…-, cuando el consumo del café se popularizó, popularidad que aumentó cuando, ya en el XVIII, el éxito de la aclimatación del café en América abarató notablemente su precio.

Hoy tomamos café para desayunar, entre horas y, naturalmente, en la sobremesa. Hay montones de maneras de prepararlo, cada una con sus partidarios y detractores; pero el triunfo del café es indiscutible… al menos en estado líquido, porque, pese a toda su popularidad, apenas existe una cocina del café. Sí que hay, en cambio, una repostería basada en esta bebida. De todos modos, no vayan a pensar que la repostería del café es antigua. En el XIX apenas hay alguna referencia a una crema de café, base de la conocida tarta Moka; una clara derivación de lo anterior, el flan de café; por supuesto, el helado de café… y bien poquito más.

Un postre con café que conoce horas de éxito es el llamado tiramisú o tirami sú, literalmente ‘levántame’. No hay restaurante italiano que se precie que no ofrezca su versión, más o menos personal, de un postre cuyo origen parece ser reciente y veneciano, según la mayoría de los estudiosos italianos.

Veamos una versión ajustada a la fórmula original. Para empezar, hagan café, como para seis tacitas, bien cargado, y déjenlo enfriar. En ese café, un poco antes de montar el plato, dejarán que se embeban bien un par de docenas de bizcochos de soletilla. Preparen una crema ‘zabaglione’ montando, al baño maría y a fuego suave, cuatro yemas de huevo con 150 gramos de azúcar y cuatro cucharadas de vino dulce; lo suyo es, claro, el Marsala, pero pueden usar otro, nunca demasiado dulce. Cuando esté todo bien ligado, déjenlo enfriar, sin dejar de batir la crema continuamente.

Mezclen 250 gramos de queso mascarpone con igual cantidad de nata bien fresca; después se trata de incorporar esta mezcla al ‘zabaglione’, lo que ha de hacerse con toda delicadeza, mezclando de abajo arriba, hasta obtener una crema suave y homogénea.

Dispongan en un molde rectangular la tercera parte de esta crema. Sobre ella coloquen doce bizcochos de soletilla ya bien empapados en el café, y bien juntitos. Espolvoreen sobre los bizcochos una cucharada de cacao amargo en polvo, haciéndolo pasar por un colador. Nueva capa de crema, nueva capa de bizcochos al café, otra cucharada de cacao y una última capa de crema.

Muevan ligeramente el molde para que la preparación se asiente bien en él, y métanlo en el frigorífico de dos a tres horas: ha de tomarse frío.

Finalmente, antes de servir, decoren la parte superior, cubriéndola con abundantes y finas virutas de chocolate negro, sin leche, del que conocemos como ‘fondant’.

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