Un Canciller “de lujo”

Un Canciller “de lujo”

Manuel Arturo Peña Batlle llenó la cancillería de prestigio por el peso intelectual que tenía, y con posterioridad a la matanza de haitianos de 1937, el trujillismo apeló a sus destrezas formativas para colocarlo en el tren administrativo y construir desde su texto, El sentido de una política, todo el andamiaje justificativo de esa barbaridad revestida de limpieza étnica. Su ingreso y rol asumido durante sus 11 años de servicio a la dictadura no impiden el reconocimiento de un talento excepcional que hizo del servicio exterior un espacio de respeto a la calidad.
Joaquín Balaguer sobrevivió con espectacularidad los 31 años de oscurantismo, aunque su pluma y voz se inscribieron en la red de áulicos, el que revisa con cuidado sus discursos contra el presidente haitiano, Elie Lescot, aprecia la carga de conocimiento del mundo diplomático. Sus destrezas y talento comenzaron en ponerse de manifiesto en el documento conspirativo de febrero de 1930 que, desde la condición de Vice-Ministro de Relaciones Exteriores en 1937, le abultaron sus habilidades en esa área de la administración para alcanzar la posición de mayor jerarquía en el año 1955.
Eduardo Latorre llegó a la jefatura de la cancillería en otro contexto porque su condición de académico y ex rector universitario garantizaban un desempeño efectivo debido a poseer una maestría en relaciones internacionales en la universidad de Southern California y doctorado en Columbia University. Cuando inició su gestión en el año 1996, el país estableció las bases de una nueva visión e inserción en un mundo global.
Hugo Tolentino Dipp es el referente de gestión pública frente a una Cancillería donde la consistencia ideológica acompañaba a un gestor que, decidió renunciar, desde el momento en que una decisión del Presidente de la república se distanció de sus parámetros y valores esenciales. Dirigió la UASD, su producción intelectual es respetada y es el biógrafo por excelencia de Gregorio Luperón.
Esos cuatro cancilleres constituyeron un verdadero lujo para los dominicanos debido a que los niveles de preparación garantizaron una digna representación nuestra. Ponías las “s” en su lugar, la respectiva rigurosidad académica nos colocaba en un espacio de respetabilidad y alcanzaron sus puestos como reconocimiento a méritos intelectuales incuestionables. Lamentablemente, la nueva cultura clientelar provoca retribuciones a fuerzas partidarias que cuando contribuyen con triunfos electorales poseen un pasaje inmediato al tren gubernamental, sin que el agraciado cumpla con los niveles elementales requeridos para una gestión decorosa.
En buena justicia, la llegada de Carlos Morales Troncoso a la Cancillería estableció las bases de un reparto del cuerpo diplomático alcanzando niveles degradantes. Conozco al detalle toda la urdimbre de inconductas caracterizadas por un funcionariado incompetente que, parecía recuperado, por un sustituto sin antecedentes en el área y con un mandato preciso de organizar las finanzas frente al desorden.
La designación del nuevo canciller es una vuelta atrás. Sin destrezas en el sector, monumentalmente inculto y desconocedor del mundo diplomático, crea un ambiente de escasa confianza. Además, la sed evidente del clan de asociados tendría de común denominador el entender que los espacios administrativos existentes obedecen a la lógica del reparto y la retribución como resultado de un proceso electoral.

Desde el momento en que Danilo Medina designó a Miguel Vargas Maldonado como cabeza del servicio exterior envió una señal que trasciende al pago político. La lectura en el orden práctico, es que se pueden violentar normas éticas, caricaturizar la historia de un partido, conseguir negocios sin transparencia, no poseer la preparación adecuada, ser el dirigente de mayor impugnación en la sociedad y “conseguir” la gracia del poder.

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