Un caos interminable

Un caos interminable

La circulación caótica de vehículos de motor por nuestras vías públicas se ha constituido en la más duro desafío para las autoridades con jurisdicción en la materia.

La sustitución del Departamento de Tránsito de la Policía Nacional con la creación de la Autoridad Metropolitana del Transporte (AMET), que a fin de cuentas ha pasado a ser dependencia de la PN, parecía ser el punto de partida para la solución de este problema, pero la práctica diaria ha demostrado que no es así.

La actitud desaprensiva de un número creciente de conductores se pone de manifiesto día por día en calles, avenidas y carreteras, de una manera que sobrepasa el esfuerzo de las autoridades.

No hay forma de que los conductores respeten las luces de los semáforos y la franja de cruce de peatones, ni ha habido manera de que los peatones entiendan que deben desistir de cruzar a medianía de cuadra. En cualquier calle o avenida de circulación unidireccional se aparece un conductor en vía contraria, desafiando la ley y mofándose de quienes les advierten que están incurriendo en una transgresión.

Las señales «No pasajeros», «No estacione», «Silencio hospital», «Una vía» y otras similares no le merecen a los conductores el mínimo respeto. De noche, vehículos sin luces o con desperfectos en las mismas circulan por las carreteras como chivos sin ley, y nadie se mete con sus conductores.

Los pasos elevados, en los cuales el tope de velocidad es 45 kilómetros por hora, han sido convertidos en pistas de carrera, aparte de que a los mismos se trepan vehículos que tienen expresamente prohibida la circulación.

[b]II[/b]

Como ha demostrado la práctica, el caos en el tránsito no se resuelve pura y simplemente creando estructuras burocráticas, de las cuales ya hemos tenido bastantes. Tiene dudosa validez el argumento de que este problema puede ser solucionado mediante el establecimiento de una Superintendencia de Tránsito y Transporte Terrestre (STTT), en sustitución de la Oficina Técnica del Transporte Terrestre (OTTT).

En todo caso, la solución tendría que basarse en el fortalecimiento de las estructuras actuales y que cada una actúe con el debido rigor en la aplicación de la ley en su justa medida, sin sanciones caprichosas ni redadas odiosas, sino actuando allí donde se produce la violación.

El caos no se resuelve molestando caprichosamente a conductores que no estén violando las leyes, sino dedicando toda la atención a las auténticas violaciones.

Por ejemplo la Revista, que ha degenerado en un simple impuesto que podría ser añadido al de las placas, debería recuperar la finalidad que le dio origen, que fue la de evitar que por calles y carreteras circulen vehículos con desperfectos que potencialicen los riesgos de accidente. Es deplorable y odioso que se hagan batidas y redadas para detectar a quienes no han pagado el impuesto y se pase por alto las condiciones de frenos, luces y otros dispositivos importantes de los vehículos.

Como se ve, mucho esfuerzo de las autoridades del tránsito se desperdicia en cuestiones que no van a la médula del problema. Más que renovada burocracia lo que se necesita es sentido práctico.

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