Debo pedir mil perdones a mis amables lectores, por reiterar este tema del que ya “conversamos” el pasado domingo, pero las circunstancias me obligan a continuarlo, ustedes entenderán. A mi primo neurólogo como yo, el Dr. José Silié Ramírez, hace una semana al llegar a su residencia, cuatro hombres armados le robaron su yipeta, no sin antes darle un par de maquinazos, felizmente no fueron dos tiros y él está bien. Proponemos propiciar un círculo, una mesa de conversación para aportar soluciones, aunando a todos los sectores envueltos en esta preocupante problemática, la “’violencia”. Hemos pedido la rectoría de la Academia de Ciencias para motorizar este urgente proyecto de nación.
Como cualquier otra acción humana, la violencia es una manifestación del comportamiento protagonizada por una persona dentro de un determinado contexto. Persona y situación resultan imprescindibles, pero cabe preguntarse, dónde participa la predisposición genética o psicológica para dar respuestas, para explicar esas conductas criminales.
De los trabajos más completos sobre una respuesta a esta pregunta, está la investigación de Francisca Gino de la Universidad de Harvard, publicada en la revista “’Journal of Personality and Social Psychology””. Demostraron que la persistencia de evocar recuerdos de los dos primeros años de vida ayuda a la formación moral y a la sensación de respeto en el trato con los demás.
Trabajos anteriores del mismo Laboratorio de Cognición Moral de Harvard, bajo la dirección de Joshua Greene, confirmaron con estudios de Resonancia Magnética, que para la toma de una decisión moral el cerebro necesita mucho más energía que sobre cualquier otra decisión simple. Podemos entonces inferir que la conducta moral es más costosa en términos enérgicos para el cerebro que la conducta criminal tan repudiada por toda la sociedad.
Volvamos a los trabajos de la Dra. Gino, que demostraron que aquellos jóvenes que habían tenido gratos recuerdos infantiles, historias agradables repetidas de sus padres y tutores, principalmente sobre los dos primeros años de vida o que guardaban buenos recuerdos desde periodos tempranos de la vida, al paso de los años eran personas más comprensivas, respetuosas y de una mejor conducta social y emocional, comparados con los que no tenían vivencias gratas que recordar de su primera infancia. Es decir que esos primeros años de vida, con agradables recuerdos en la memoria, parecen instigar a una mayor pureza moral y a fomentar valores de correcto proceder en la vida adulta.
Como en nuestros primeros años no tenemos un lenguaje hablado –estructurado-, por eso el cerebro no logra tener detalles precisos, pero al parecer esos dos primeros años de vida son de vital importancia para el futuro del ser humano en lo que respecta a conducta.
A juicio de estos investigadores, quedan impregnados en nuestra corteza cerebral pre-frontal, región “ventro-medial”, la que se interconecta con numerosas estructuras y es la que nos permite conducirnos mediante normas sociales de moralidad. Al parecer esa “voz” interior, que nos frena y nos hace conducir por caminos correctos, tiene posibilidades de formarse inicialmente en esos años tempranos. Esta investigación le da entonces peso a la educación en la no violencia, a los hogares estructurados, a las enseñanzas del amor y de apegos, que la más de las veces ese violento criminal no tiene, quizás nunca supo lo que se llama “amor”.