Un clavo en el zapato

Un clavo en el zapato

 El popular refrán, que utilizamos para referirnos cuando algo nos molesta de “un clavo en el zapato”, adquiere una gran validez cuando vemos de cómo el gobierno haitiano se ha dispuesto a incordiar la tranquilidad dominicana, con una serie de denuncias y demandas, que está obligando a muchos funcionarios dominicanos a distraerse de sus metas fijas  para ver  si están en capacidad de lidiar con la hábil diplomacia haitiana.

Se asume que después de los hechos que dieron lugar a la matanza de haitianos en 1937, el pueblo y gobierno  haitianos mostraron una sumisión forzada con sus vecinos  orientales, a los cuales, desde entonces  y hasta mediados de los 80 del siglo pasado, se encargaban de suministrarle mano de obra para el corte de la caña e inserción en las labores agrícolas.

 Recuérdese que el dinero en dólares para la contratación de los braceros haitianos se llevaba en efectivo a Haití, para entregarse a los  mandatarios  de turno  ya fuera a los Duvaliers  o  a sus herederos militares, hasta que el colapso de la industria azucarera local, que solo quedó en manos del sector privado, cambió las reglas de juego y se inició la avalancha de la inmigración ilegal haitiana,  que desde los 90 hasta la fecha es indetenible y ya ocupa importantes  enclaves  poblacionales en torno a Santo Domingo, Santiago y Verón en Higüey.

 El inicio de la peculiar democracia haitiana  en el siglo XXI, y la prédica insidiosa de los amigos de Haití de que la isla no debe estar dividida en dos países, y los dominicanos cediendo su soberanía para darle asistencia  a los empobrecidos haitianos, caló bien hondo en esa mentalidad, en donde la mano amiga de Estados Unidos y Canadá, implícitamente los estimulaba a emigrar por tierra hacia el lado oriental de la isla, con tal de que no intentarían llegar  como ilegales a la costa continental norteamericana o canadiense.

 La presencia creciente y sólida de los haitianos, que los domingos da gusto verlos cómo se desplazan pacíficamente por las calles de los sectores de Piantini, Naco, Los Cacicazgos, Evaristo Morales, El Millón, Las Praderas y otros, en donde se encuentra en ejecución el mayor volumen de construcción de torres,  nos obliga a reflexionar para darnos cuenta que las autoridades responsables de regular esa migración están mas empeñadas en buscarse lo mío.

Los funcionarios dominicanos no se están empleando a fondo con la situación fronteriza, que se ha ido agravando a medida que la agresividad haitiana,  para imponer  veda a varios productos  dominicanos, va en aumento. Antes, los funcionarios dominicanos, tenían muy bien definidas sus responsabilidades  para lidiar con la diplomacia haitiana, y estos respetaban la capacidad dominicana de aquellos tiempos,  pero al ver el amor por el dinero de muchos funcionarios dominicanos, los haitianos  se han envalentonado, y azuzados por las potencias amigas, agreden meticulosamente al pueblo dominicano. 

Ya los haitianos no le temen a la diplomacia dominicana, como ocurría en el siglo pasado, ahora hasta el embajador haitiano  les llama la atención a los dominicanos  y pretende dictarle reglas de conducta  a los comunicadores para que ofrezcan informaciones complacientes y resulta que los haitianos  supuestamente son más higiénicos y organizados  que los dominicanos.

El reciente reporte de una entidad extranjera, pregonando que en el país no existe agua potable de calidad,  por tanto es inadecuada para el consumo humano, sirve para reforzar la decisión haitiana  de la veda a productos criollos que caen dentro de ese marco de mala calidad de la producción. Es como si se tratara de un plan bien coordinado para encarrilara los dos países de la isla por una uniformidad de criterios, que al final de cuentas, caer en el tema más importante en que los haitianos supeditan a cualquier negociación, que  es el  migratorio, donde ellos presionan para que sumisamente  los dominicanos aceptemos la invasión pacífica de nuestro territorio. 

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