Un consejo válido

Un consejo válido

SERGIO SARITA VALDEZ
El don más preciado del que cada uno de nosotros es propietario lo es el de la vida. De dicha aseveración se desprende aquella máxima en donde se razona enfatizando que el principal deber de todo cuanto existe es seguir viviendo. Esa inercia existencial nos conduce al serio cuestionamiento de ¿para qué vivimos? Antes de intentar dar respuesta a tan importante interrogante, talvez sería aconsejable revisar una que otra  premisa.

Para ello, buscaremos auxilio en un  interesante trabajo publicado por la Editorial Kairós, titulado Fluir, escrito por el decano del departamento de psicología de la universidad de Chicago, profesor Mihaly Csikszentmihalyi.

Argumenta Mihaly que debido a que somos animales sociales y que estamos programados para la búsqueda del agrupamiento humano es por lo que únicamente en compañía de otras personas nos sentimos completos. Agrega que las relaciones nos tornan sumamente felices cuando van bien y nos vuelven bastante deprimidos cuando funcionan mal. Un individuo que aprenda a entenderse con los demás conseguirá un cambio tremendo que mejorará su calidad de vida, afirma el autor.

Más adelante, el agudo psicólogo puntualiza:»Una persona es parte de una familia o de una amistad mientras invierta energía psíquica en las metas compartidas con otras personas. Del  mismo modo, uno puede pertenecer a sistemas interpersonales mayores al suscribir las aspiraciones de una comunidad, de un grupo étnico, de un partido político  o de una nación. Algunos individuos, como el Mahatma Gandhi o la madre Teresa de Calcuta, invierten toda su energía psíquica en lo que ellos creen que son las metas de la humanidad entera. Para las costumbres de la Grecia antigua, <<la política>> se refería a cualquier actividad que involucrase a las personas en asuntos que fuesen más allá del bienestar personal y familiar. En este sentido tan amplio, la política puede ser una de las actividades más agradables y más complejas disponibles para el individuo, puesto que cuanto mayor sea el entorno social en que uno se mueve, mayores serán los desafíos que presente. Una persona puede manejar problemas muy intrincados en soledad, y la familia y los amigos pueden ocuparle gran parte de su atención, pero tratar de perfeccionar las metas de individuos con quienes uno no está directamente relacionado involucra complejidades con un orden de magnitud más alto».

Y luego continúa el docente universitario de Chicago: «Si sólo tenemos en cuenta las consecuencias materiales podríamos pensar que los políticos egoístas son astutos, pues tratan de lograr riqueza y poder para sí mismos. Pero si aceptamos el hecho de que la experiencia óptima es lo que da verdadero valor a la vida, entonces debemos concluir que los políticos que buscan el bien común son realmente más inteligentes, porque aceptan los desafíos más elevados y así tienen una mejor oportunidad de experimentar el verdadero disfrute… Por supuesto, dado el hecho de que la energía psíquica tiene un abastecimiento limitado, uno no puede esperar que todos sean capaces de implicarse en las metas públicas. Alguna gente debe dedicar su atención simplemente a sobrevivir en un ambiente hostil. Otros se involucran tanto en un conjunto de desafíos, con el arte, por ejemplo,  o con las matemáticas, que no pueden alejar la atención de ellos. Pero, desde luego, la vida sería muy dura si algunas personas no disfrutasen invirtiendo energía psíquica en los intereses comunes, creando de este modo sinergia en el sistema social.

Pero ningún cambio social puede suceder mientras no cambie también primero la conciencia de los individuos. Cuando un joven preguntó a Carlyle qué debería hacer para reformar el mundo, Carlyle contestó:<<Reformarse usted. Así habrá un granuja menos en el mundo>>. El consejo todavía es válido. Quienes intentan hacer la vida mejor para todos sin haber aprendido a controlara primero su propia vida, suelen acabar haciendo que cosas vayan peor para todos los que les rodean».

Volviendo a la pregunta de inicio: ¿para qué vivimos? La respuesta sabia pudiera ser: para servir a los demás puesto que «quien no vive para servir, no sirve para vivir». La indescriptible sensación de felicidad y de placer que experimentamos cada vez que hacemos una obra que beneficia al prójimo es parte de esa gran emoción que Mihaly denomina «fluir».

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