Un consuelo caribeño

Un consuelo caribeño

Un buen número de dominicanos “echa pestes” contra su país cada vez que hay un taponamiento del tránsito de vehículos. ¡Debe ser un miembro de AMET que no deja funcionar el semáforo! Un aparato “impersonal y neutro”, que enciende mecánicamente un ojo rojo y otro verde; eso dicen los de mejor humor. Otras veces nos quejamos de que, habiendo semáforos, no hay energía eléctrica que los active, con el consiguiente desorden de camiones y motocicletas.

A menudo achacamos los “atascos” a la presencia de funcionarios con escolta, quienes tienen el privilegio de causar demoras a los demás ciudadanos. Decimos, en horas de hartazgo, que “la peor desgracia” que puede ocurrir es nacer en esta isla.

Y no es cierto que sea así. Ya quisieran muchos seres humanos un clima tropical como el de la RD. Los pobres de los países fríos, una vez han logrado comer, pueden morir por hipotermia; es cosa muy triste mirar durante meses un paisaje nevado lleno de árboles pelados. El follaje verde de la vegetación caribeña es una permanente incitación al “misticismo panteísta”. Millares de adoradores del sol y de las playas, acuden todos los años a la región del caribe para sentir el placer corporal de vivir sin abrigos. En cambio, nosotros protestamos desde el mes de julio: ¡el calor es insoportable!

Los “problemas” de las temperaturas en diversos lugares de la tierra tienen ingredientes objetivos, medibles con el termómetro, y también factores subjetivos o culturales que condicionan nuestras percepciones. Pero si pusiéramos a un lado el desorden del tránsito y el calor del verano en las Antillas, podríamos quejarnos de Trujillo, del exceso de generales en los cuerpos armados, del incremento de los migrantes haitianos indocumentados, de la corrupción gubernamental, de la impunidad de los delincuentes.

Pero usted nace donde nace; ha de gozar y sufrir en el sitio donde nace; podemos, ciertamente, mejorar las cosas o emigrar. Es verdad que tuvimos que soportar a Trujillo, durante 30 años, a causa de haber nacido aquí. Los alemanes sufrieron a Hitler, los rusos a Stalin. Los habitantes de Bremen y de Londres, bajo los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, lo pasaron peor que los dominicanos de cualquier tiempo.

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