Un contable y cajero

Un contable y cajero

Era yo un joven enamorado de una muchacha perteneciente a una familia de baja clase media, cuya casa visitaba una noche lluviosa.

Ella vivía con sus padres y una hermana mayor, mujer de rostro agraciado, y un cuerpo con curvas más abundantes que las del repertorio de un lanzador efectivo de Grandes Ligas.     El padre, modesto empleado público, tenía merecida fama de consumidor de ron, y la madre era la tradicional ama de casa criolla.

El tema de conversación de mis contertulios versaba sobre un pretendiente de la escultural damisela.

-Lo que no me gusta de él es que no bebe romo- dijo el padre con cara risueña.

-Eso es lo mejor que tiene, porque las esposas de borrachones no son felices, y yo soy un vivo ejemplo de esa realidad- afirmó su compañera, mirándolo con ceñuda expresión.

-Vives con un hombre que no pierde los estribos cuando carga un jumo, y la prueba es que nunca te he dado siquiera un pellizquito de cariño, aunque esté más prendido que el trapo de tu tabla de planchar- ripostó el machista.

-Es que si me agredes físicamente, hasta ese día estamos juntos; y retomando el tema del enamoradito de Pascuala, me choca que siendo contable y cajero de esa panadería grandota, siempre ande vestido con ropa y zapatos baratones- dijo su interlocutora, torciendo la boca en gesto dubitativo.

-A propósito, una noche que cruzó las piernas, noté que la suela de uno de sus zapatos tenía un hoyito- añadió la hembrota, y todos rieron, menos yo. Esto se debió a que en más de una ocasión había brincado al pisar una colilla de cigarrillo encendido, con cubrepiés en condiciones similares a los del potencialmente fracasado pretendiente.

– No sé si se han fijado en que siempre usa las camisas fuera de los pantalones, quizás para tapar algún remiendo en los fundillos- manifestó la hermana.

-No es que sea pulgona, aprovechadora ni pelera, pero ese pelagatos no me ha brindado ni una menta, y lleva casi un mes visitando esta casa en calidad de aspirante de mi mano.

Al escuchar las palabras de su hija, el romófilo informó que visitaría la panadería donde presuntamente laboraba el aspirante a yerno suyo, con el fin de indagar acerca de sus condiciones morales y de su salario.

El hombre se llevó una sorpresa, aunque efectivamente el jovenzuelo era contable y cajero:

Contaba panes y galletas, y armaba las cajas donde se vendía el producto.

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