Un cuadro histórico de José Cestero en el Senado

Un cuadro histórico de José Cestero en el Senado

Marianne de Tolentino

Vamos a iniciar el texto sobre la pintura de José Cestero, de una manera insólita, hablando de otro maestro a quien nuestro maestro aprecia muchísimo y ha colocado como personaje de sus cuadros: Fernando Botero. Recientemente, el artista colombiano expresó: “Un amante del arte sabe reconocer inmediatamente una de mis obras. Dice a menudo espontáneamente: ‘Es un Botero’. Ese es -tal vez- el mayor de mis orgullos”.

Así mismo sucede con el maestro José Cestero. Desde que ven una de sus obras, todos dicen espontáneamente: “Es un José Cestero”. Imaginamos que, pese a su aparente modestia y su media sonrisa, al igual que Fernando Botero, José Cestero se siente bastante orgulloso cuando, al ver uno de sus cuadros, reconocen su mano, su firma, su factura…

A José Cestero, pues, le correspondió, de parte del Senado de la República, el honor de pintar el Baluarte 27 de Febrero en conmemoración del Bicentenario de Matías Ramón Mella y del 57 aniversario de la expedición de Constanza, Maimón y Estero Hondo.

Y, en la revelación de la obra, en la antesala de la Presidencia del Senado, fueron evocadas ambas fechas patrias de heroísmo y sacrificio.

Nuestro último Premio Nacional de Artes Plásticas ha plasmado sobre tela y en la escala de un mural, un sitial emblemático de los máximos valores de República Dominicana. E inmediatamente se reconoce su autoría…

El Baluarte 27 de Febrero. En el emocionante día del 27 de febrero 1844, los patriotas, desde la Puerta de la Misericordia, marcharon hacia el Baluarte del Conde, izaron la Bandera y proclamaron la Independencia. Fue el surgimiento glorioso de la Nación, del Estado dominicano, concebido por Juan Pablo Duarte, patricio incomparable, desgraciadamente en el exilio para esa fecha.

Entre los valientes luchadores presentes se encontraban Francisco del Rosario Sánchez, Matías Ramón Mella, Vicente Celestino Duarte, José Joaquín Puello. Además, desde el 1844 hasta el 1976, el Baluarte 27 de Febrero –fortificación, centro y símbolo de la revolución–, se veneró como Altar de la Patria.

Entonces, nosotros hubiéramos podido pensar que José Cestero, en un cuadro descomunal y alegórico –la pintura de historia es difícil–, hubiera representado a los héroes de la gesta independentista, como él lo ha hecho tantas veces para sus héroes y amigos, reales e imaginarios. Ahora bien, José suele hacer esos retratos inconfundibles, del pasado y el presente, de aquí y allende las mares, con un humor y desparpajo que aquí no se estilaba… y tal vez le hubiera impuesto volver a la academia de sus inicios. Al menos, así lo pensamos.

Nuestro artista prefirió pintar el monumento, extendido de manera imponente en toda la horizontalidad del lienzo: un baluarte desplegado como testimonio incólume de los siglos y símbolo supremo de la nacionalidad. Retrató la muralla, los flancos, la entrada, a manera de homenaje esplendoroso, con el discurso cálido del color, con la escritura de pinceladas y brochazos, tan efusivos y ligeros como seguros e intensos. ¡Se siente pictóricamente como el muro de la resistencia y el triunfo!

Presencia humana singular. Sin embargo, la presencia humana está, y, en el mismo centro de la obra, marchando, anónima, pequeña y maciza, de espaldas y acompañada de su sombra. No podemos dejar de percibir, a través de esta casi silueta que llama la mirada, al pueblo dominicano, único y unido…

¿Quién no reconocería a esta figura, entre los fieles de José Cestero, sobre todo quienes pertenecen a generaciones del siglo XX? Más que un personaje y gran protagonista, es un “pariente”, un casi hermano, muy querido del maestro, al que ha pintado innumerables veces… Se trata del doctor Anamú, caminante con su biblioteca misteriosa debajo del brazo, ícono de la miseria y al mismo tiempo de la riqueza ilimitada de los sueños.

La interpretación es nuestra, pero cada uno puede tener su propia visión de ese peregrino callejero, digno más que patético, el cual fue huésped del hospital Padre Billíni, y asciende hoy a la categoría conmovedora de un patrimonio reverenciado, gracias a José Cestero…

Ahora bien, hay muchos otros elementos inconfundiblemente “cesterianos” en este prestigioso cuadro. El verdor simétrico de la naturaleza, el cielo vivaz y lírico, las nubes movedizas y ligeras, la bandada de pájaros en planeo, las centinelas bocetadas, son más que detalles: ellos pertenecen, aunque con mayor comedimiento que en otras pinturas, al paisaje urbano efervescente que el artista recrea de la Ciudad Colonial e histórica., Patrimonio Nacional y de la Humanidad por la Unesco.

Y en el tope ondea la bandera dominicana, que pronto –por la ubicación y la materia excepcional del cuadro– concentra nuestra atención. El lenguaje y gramática pictórica de José Cestero la vuelve irradiante y luminosa, y el Baluarte de piedra aquí centelleante, se engalana de magia y fervor patriótico, como imagen real, fantástica y vigorosa, como sello fascinante para la memoria.

Una mirada especial. José Cestero suele convertir a Santo Domingo en una metáfora visual de su percepción, más aun de su vida interior, espiritual y afectiva. Según dice Fernando Botero –al que citamos nuevamente–, “El artista nos obliga a poner una mirada diferente en la obra que nos da a ver, a reconsiderar nuestras referencias, a suspender también nuestras emociones.”

Ello nos sucede con el maestro Cestero en su pintura y alegoría –así la califican oficialmente– del Baluarte 27 de Febrero, pero al mismo tiempo, él nos hace reflexionar: su contundente pintura, a través de “un espejo singular”, nos devuelve a la historia extraordinaria y omnipresente, a la auténtica y exaltante dominicanidad.

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