Un cuarto de siglo trabajando en la UASD
le permite hablar de muchas cosas

Un cuarto de siglo trabajando en la UASD <BR>le permite hablar de muchas cosas

POR ANGELA PEÑA
Estuvo junto a Sagrario Ercira Díaz cuando la bala asesina cortó sus movimientos de huida frente al inesperado acordonamiento policial de ese fatídico día. Vivió la angustia de acompañar al rector Jottin Cury en un camión, confundido como un preso común, humillado por el agente represivo que le ordenó subir acusándolo de ser «el primer sinvergüenza» de la golpeada casa de estudios.

Acompañó las protestas justas de organizaciones estudiantiles, como las dirigidas por Hatuey Decamps, Roberto Santana, Leonardo Mercedes, Juan Francisco Santamaría, Radhamés Abreu, Ramón Valerio… Conoció la incidencia de grupos ajenos a la Autónoma, como «los Torombolos, muchachos de la calle a los que les gustaba la lucha tanto como tirar piedras y la vía más fácil para exteriorizar sus demandas era coger para la UASD»:

Reconoce que Rafael Kasse Acta, Guarocuya Batista del Villar, Hugo Tolentino Dipp, Jottin Cury, Fernando Sánchez Martínez, Julio Ravelo Astacio, fueron impedidos por las circunstancias de «adecentar la UASD». Sin embargo, admira en Franklyn Almeyda y en Miguel Rosado sus aportes para que la Universidad se encaminara por el progreso. A Roberto Santana, piensa, le favorecieron las circunstancias.

«A cada rector le ha tocado su tiempo, usted se encuentra con uno que tiene presupuesto que le permite hacer de todo: aumentar salarios, pagar dietas, compensaciones… Para mí, Miguel Rosado hizo una gran gestión porque fue quien enfrentó los grupos estudiantiles recalcitrantes para llevar confianza, tranquilidad a las familias. Cada uno ha jugado su papel, porque cuando los estudiantes tenían prácticamente el cincuenta por ciento del control de la Universidad, disponían hasta quién fuera el rector a veces hasta con quince votos, grupos minoritarios decidían la suerte de la UASD. Eso se acabó. Por eso ese enfrentamiento que tuvo Miguel Rosado. Lo logró con coraje, lo que faltó en la UASD siempre».

Pero, agrega, «Jottin Cury enfrentó momentos muy difíciles: la delincuencia dentro de los grupos estudiantiles, personas incontrolables que él, como Tolentino Dipp, no enfrentaron, vivieron, dejaron el mismo problema, vino Guarocuya y fue igual. Franklyn Almeyda combatió mucho esa delincuencia, pero el que dio al traste con esos grupos fue Miguel Rosado. Almeyda fue muy correcto, ojalá podamos tener diez funcionarios como él, la administración pública cambiaría».

Manuel de Regla Tejeda Báez, alias Pininí, hace análisis y recuentos con la propiedad que le confiere el servicio de un cuarto de siglo en la institución, la mayoría comprendidos en los agitados y sombríos doce años de gobierno balaguerista, cuando la UASD era el centro de todas las movilizaciones y reclamos y su comunidad el blanco de las balas, los gases lacrimógenos, los golpes y culatazos de las fuerzas coercitivas del régimen.

Hamlet Hermann, entonces director del Colegio Universitario, coordinador del Consejo Universitario y director del Centro de Cómputos, quien junto a Teobaldo Rodríguez y Mangel Pérez practicaba con él pesca submarina por los predios de Sabana Grande de Palenque, lo llevó como conserje a la casa de estudios, en 1969, y al poco tiempo le agregaron la función de mensajero para poder aumentarle diez pesos a su sueldo ínfimo. Al año pasó a vigilante nocturno pues ya tenía un hijo y había casado con Ernestina Valera. Entonces compartía las labores uasdianas con el trabajo en la Textil Los Minas. Retornó en horario completo a la UASD pues fue ascendido a supervisor de vigilantes nocturnos, luego a supervisor general de Mayordomía con la seguridad, el ornato el embellecimiento y la higiene bajo su cargo. Llegó un momento en que se convirtió en «una pequeña autoridad», refiere.

Era la confianza de los rectores, el amigo de los dirigentes de Fragua, UER, BRUC, UNER, Vanguardia, FUSD, todos, dice, le buscaban hasta el punto de tener a veces que esconderse. Recibía comunicaciones para reuniones extras de fines de semana e instrucciones para recibir a invitados muy distinguidos, como Leonel Fernández cuando la UASD homenajeó a Juan Bosch, Fidel Castro, Guayasamín, Pedro Mir…

«La UASD fue siempre una protección para las viudas y los hijos de perseguidos políticos, quizá injustamente. Allá se sentían seguros, nadie podía ir a darles un palo, era prácticamente la protección del pueblo dominicano. Ahí estuvo Mirna Santos, la viuda de Amín Abel, como oficinista en Planta Física; la señora de Maximiliamo Gómez, Carmen Mazara, en Relaciones Públicas; Margarita Franco, banileja, la mujer de Rubirosa Fermín; Elsa Peña, la viuda de Homero Hernández… Muchas están jubiladas, otras no», narra.

«El mismo Pininí»

El antiguo empleado de la UASD es el propietario de un restaurante en la playa de Palenque, que a veces parece una continuación de la Universidad, pero en asueto, por los ex funcionarios y egresados que acuden al negocio a recordar viejos tiempos disfrutando una cerveza mientras esperan el pescado frito, las empanadas rellenas de lambí, el moro de guandules con coco, los tostones… «Han venido Roberto Santana, Julio Ravelo, Miguel Rosado, porque además de trabajar juntos, fuimos muy buenos amigos. Julio Ravelo y Sánchez Martínez son mis grandes amigos», confiesa con la sinceridad con que reconoce su admiración por la superación de Mateo Aquino Febrillet que entró como mensajero y llegó a vicerrector administrativo. Otro de sus amigos es el ex decano Gaspar Peña Soto.

Sus posiciones le permitieron conocer las interioridades de la Universidad, familiarizarse con el lenguaje de políticos y académicos, ser líder. Por eso domina el lenguaje, se expresa coherente y fluido pese a no haber pasado del octavo curso, y es analista del acontecer actual y del pasado reciente.

La UASD de sus tiempos fue también «refugio de políticos, sin las autoridades saberlo», y nido de infiltrados, «eso no se puede negar, había militares que iban a la Universidad, que eran estudiantes, como había muchísimos estudiantes en los institutos castrenses».

-¿De dónde salían tantas piedras para la policía?- «Los estudiantes las llevaban en mochilas y las guardaban en los grupos en los que no teníamos control», responde. Expresa que en el balaguerato, «todo el mundo vivía en zozobra. Se vivieron momentos muy difíciles, para trabajar en la UASD había que tener cierto coraje, no es la UASD de hoy, había que vivirla, la de ayer era una vida muy fuerte, los estudiantes no tenían seguridad, los empleados amanecían presos. Recuerdo cuando salían, impulsados por los mismos estudiantes, sacaban los estudiantes de las aulas para ir a luchar a las calles, teníamos que ir todos, el que quería y el que no, por el temor a que al otro día lo fueran a identificar».

Su momento más difícil fue cuando asesinaron a Sagrario Ercira Díaz Santiago, y ese día lo relata con detalles, nombres, desde la tranquilidad de las reinscripciones hasta la irrupción grosera de guardias y policías, el acorralamiento en el Alma Mater, el arrastrarse para salvar la vida. Él estaba detrás de la joven ayudándola a avanzar por un pequeño jardincito, empujándola junto a Fidias, su hermano, hasta que la muchacha no respondió a la fuerza física que le impregnaban. Él y Fidias, ya herido, intentaron cargarla, pero los agentes les apuntaron y debieron soltarla. Danilo Santiago y otro estudiante tuvieron el valor de desafiar a los policías y la levantaron, moribunda. «Ahí se tiraron muchos tiros, se repartieron muchos culatazas, del lado de la UASD no salió ni una piedra. Todo estaba en calma ese día. Todavía nos preguntamos: ¿Qué pasó?».

Pininí nació en Palenque el veintiuno de noviembre de 1941, hijo de Negro Tejeda y Rosa Báez. Además de pescador y vendedor de pescado fue agricultor en su infancia y antes de entrar en la Autónoma trabajó como mensajero en el CEA, «aunque siempre he tenido la suerte de estar con los jefes». En su pequeño establecimiento, llamado «El mismo Pininí» porque juró que volvería a levantarlo después de un largo desalojo, sorprende con el ejemplo de toda su familia trabajando: doña Ernestina sazona, cocina, y los hijos, aun siendo profesionales, sirven a los parroquianos sin complejos ni rubor en sus horas libres.

Tiene seis hijos: José Enrique Tejeda Paulino y Natividad, Manuel Ernesto, Rosanna, Ana Orfelina y Argentina Tejeda Valera. «Se han hecho profesionales con este negocio que puse con ocho mil pesos de mis ahorros del trabajo», manifiesta.

Tras veinticinco años de labores en la UASD, Pininí enfermó de úlcera y diabetes y solicitó su jubilación. «Era la época de Roberto Santana, ya no me sentía bien de salud, el puesto de mayordomía es de mucha responsabilidad, muchos problemas, demasiado trabajo. No es una función común y corriente, es el cargo más codiciado en la Universidad. Me retiré en 1993. Pero soy todavía de la Asociación de Empleados, voy todas las semanas. Trabajar en la UASD representó una experiencia extraordinaria, fue una parte de mi vida, aprendí mucho, de todo, allí había que cumplir, ser honrado, no se producían sustracciones ni robos, ese tipo de cosas no progresaba. El que llegaba a pie, aunque fuera rector, estaba tres años en el cargo y se iba a pie. Ya los sueldos han ido creciendo, ya es muy difícil encontrar a un rector o a un vicerrector que sea peatón…»

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