Un cura rebelde

Un cura rebelde

JOSÉ ANTONIO NÚÑEZ FERNÁNDEZ
Han pasado muchos años, casi unos 625, puesto que ocurrió el 15 de julio del año de 1381 que el cura John Ball, un predicador de rebeldía, fue ejecutado en presencia de la nobleza inglesa reunida, con el rey Ricardo Segundo a la cabeza de ella. Hay que decir que este rey dio motivo a una obra de Shakespeare. Se trata del drama “Ricardo Segundo” que representa la debilidad de un monarca manejado a su funesto antojo por nefastos consejeros.

¿Y quién fue en realidad John Ball? Bueno, la verdad debe de ser dicha. Fue él quien representó el despertar de las reivindicaciones de los oprimidos obreros del campo.

Tiempos terribles aquellos de la edad media, días del feudalismo, cuando se decía que: el señor feudal era como el rey que el rey era como Dios.

Entonces, a los obreros, a los trabajadores del campo se les exigía una jornada doble de trabajo sin ningún aumento de salario. Necesariamente ocurrió una rebelión de parte de los obreros y de los trabajadores del campo. Ocurrió una rebelión de los campesinos. Fue un grito contra el “sistema de iniquidad social que hasta entonces había permanecido intocable como un orden divino del mundo”.

Aquello fue un grito de los trabajadores contra los muros de miseria que los acorralaban; fue un aldabonazo hecho protesta formidable contra las enfermedades, el exceso de trabajo, el hambre y la muerte.

La rebelión nació en Francia y fue el anuncio, el aviso de la Revolución Francesa de 1789. Un anuncio y un aviso con cerca de cuatrocientos años de antelación.

La rebelión de los trabajadores pasó a Inglaterra siendo el cura John Ball, el rebelde predicador de la parroquia de Kent, quien con sus sermones les inculcó a sus oprimidos feligreses la doctrina milagrosa de la igualdad.

El cura John Ball les metió en el caletre a los campesinos, lo absurdo que resultaba creer que algunos hombres por el querer de Dios nacieran para dominar y avasallar a sus semejantes… Eran unas especies de pastorales de John Ball que pasaron a la historia.

Este cura rebelde predicó o mejor dicho gritó un día, frente a su feligresía: “El Dios Pueblo cree que nunca estará bien en Inglaterra mientras los alimentos no pertenezcan a todos y mientras hayan siervos por un lado y señores por otro lado. ¿Con qué derecho esos señores se consideran superiores a nosotros? ¿En qué tierra han trabajado? ¿Por qué nos mantienen en servidumbre? Si todos procedemos de los mismos padres, de Adán y de Eva, ¿Cómo pueden ellos decir o probar que son mejores que nosotros? Si no fuera porque nosotros trabajamos para ellos ¿Qué podrían entonces gastar para bien vivir? Ellos se visten de seda; nosotros de harapos. Ellos se alimentan de pan fresco y ricas especias y beben vino; nosotros apenas tenemos una mala sopa y algunas migajas. El agua es nuestra única bebida. Ellos viven ociosos en sus casas magníficas; nosotros no tenemos más que sufrimientos, trabajo, viento y lluvia en los campos. Y sin embargo, de nosotros y de nuestro trabajo depende que estos hombres puedan mantener su privilegiada situación”.

Estas palabras pronunciadas a mediados del siglo catorce motorizaron los espíritus revolucionarios de Marx y de Engels…más hacia adelante.

Las prédicas de John Ball fueron una réplica, una interpretación, del hablar luminoso del galileo que se llamó Jesús. Esas prédicas provocaron el disgusto del arzobispo de Canterbury. Pues, en Inglaterra, la iglesia era dueña de la mitad o de la tercera parte de la tierra. En el 1366 John Ball fue excomulgado.

El cura rebelde que quería la felicidad para los trabajadores aquí en la tierra, en el 1381 frente a los nobles y al rey Ricardo Segundo, fue ejecutado.

El reaccionario cronista Jean Froissart que ofreció vivas narraciones del feudalismo (del mundo feudal) entre 1366 y 1400, calificó a John Ball como “un monje loco”. Jean Froissart apoyaba a los monjes que a los obreros y a los trabajadores les ofrecían la felicidad eterna en los cielos, después que estuvieran bien muertos. ¿Qué vamos a decir? Así tenía que ser. A quien Dios se lo dio, que san Pedro se lo bendiga. Así… todavía dicen algunos.

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