Un debate necesario

Un debate necesario

No existe para los electores nada más estimulante y forjador de opinión concienzuda que los debates que se escenifican entre los candidatos presidenciales antes de ir a depositar sus votos.

En sentido general, todos los debates que llegan al público son  interesantes y placenteros. Poco importa que éstos sean políticos, económicos o científicos. La sociedad está ávida de saber sobre temas que conoce, que conoce a medias o de los que no conoce nada.

Recordamos con alguna nostalgia pero también con mucha satisfacción el debate  televisivo en 1962 del Profesor Juan Bosch y del sacerdote católico Láutico García, siendo retado por el Profesor a un debate público después que el clérigo lo acusara de comunista.

No menos interesante fue el debate también por televisión de Hatuey Decamps y el abogado político-más político que abogado- Marino Vinicio Castillo, en 1978. En ambos encuentros pudimos ver y deducir  muchas verdades que habría sido imposible detectar si ellos no se hubieran dado.

Los candidatos tienen el deber ciudadano de exponer sus ideas con claridad y explicar cómo manejarían algunos asuntos de Estado cruciales y perentorios; y los electores tienen el derecho de conocer sus programas y cómo los ejecutarían. La Cámara Americana de Comercio, tradicionalmente, presenta en cada contienda, durante un almuerzo, a todos los candidatos donde ellos exponen sus planes de gobierno.

Lo ideal sería que todos los candidatos presidenciales se presentaran en público y, si esto no fuera posible, por lo menos, los dos que las encuestas señalen como favoritos lo hicieran.

Estados Unidos, de quienes copiamos cosas, buenas y malas, acostumbran hacer esos debates públicos entre los candidatos del Partido Demócrata y del Republicano, cada cuatro años.

En la última contienda electoral hubo encuentros entre Barack Obama y John McCain, pero antes de ésos ya había habido otro entre Obama e Hilary Clinton antes de las primarias del Partido Demócrata.

A pocos días de la elección presidencial en Estados Unidos, casi todas las semanas aparecía en CNN algún debate entre los dos candidatos Obama y McCain. Sin embargo, en nuestro país y en algunos países de América Latina esos debates televisados son impensables.

En algún momento de la historia, los debates políticos se daban en los partidos políticos, o en el Congreso. Pero poco a poco, con el surgimiento de los medios masivos de comunicación, algo fue cambiando. Si antes los lugares de encuentro de los ciudadanos eran las plazas, los bares y los clubes, hoy el espacio público es otro: los medios de comunicación, principalmente la televisión, y –en ascenso- Internet.

Estos debates son enriquecedores, tanto para los sufragantes como para los mismos contendores. Esperémoslos.

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