Un delito grave

Un delito grave

Nuestra naciente industria cinematográfica, que ha iniciado sus pasos con unas pocas producciones bien valoradas por la crítica, está siendo víctima de una práctica cuyos autores se lucran de la reproducción y venta ilegal del fruto del talento ajeno.

Se trata de la misma práctica que ha significado perjudicado a artistas internacionales y locales, cuyas producciones discográficas son vendidas al público en copias de pésima calidad, que los incautos adquieren pretendiendo ahorrarse unos pesos para terminar convencidos de que se les ha estafado.

La piratería de música, «softwares», vídeo, transmisiones satelitales o cualquier otro formato, es un delito grave que ya nos ha hecho merecedores de recriminaciones de organismos internacionales dedicados a defender el derecho de autor.

-II-

Con algunas de las producciones cinematográficas locales ha ocurrido que han puestas en manos del público, en copias, repetimos, de pésima calidad, mucho antes que sus autores y productores lancen al mercado las versiones originales.

¿Qué incentivo puede sentir quien tiene talento para producir en un medio que no hace esfuerzos suficientes para garantizarle el derecho de autor? ¿Quién se siente tentado a arriesgar capital en inversiones de este tipo para que la rentabilidad, mal habida desde todo punto de vista, vaya a parar a los bolsillos de algunos vivos que no tienen ni talento ni dinero?

De vez en cuando se producen aquí unos aspavientos que consisten en el decomiso y destrucción de discos y cintas de vídeo pirateadas que son vendidas en las calles.

Esta práctica de las autoridades, que tiene efectos disuasivos mínimos en cuanto al delito, requiere de una labor de inteligencia que complemente el trabajo mediante la localización de las fuentes de donde se surten los vendedores de esa mercancía pirateada.

-III-

Es cierto que el acceso masivo a medios tecnológicos de multimedia permiten que en cualquier patio de vecindario se establezcan verdaderas industrias del pirateo para reproducir y vender material cinematográfico o musical. Pero no es menos cierto que la incautación y destrucción de copias lanzadas a las calles ni siquiera garantiza que se pueda neutralizar la circulación de todas las copias pirateadas puestas en venta.

Para que la preservación del derecho de autor opere de manera óptima y logre los objetivos aspirados, hay que destinar esfuerzos y recursos para desmantelar estas «empresas» parasitarias que se nutren del talento ajeno, materia prima en la que nada invierten.

Hay que dejarse de paños tibios y «trucos de cámara»  para combatir con toda la severidad necesaria la piratería, una práctica que lucra a quienes carecen de talento y capital, pero que hunde y deprime a quienes se esfuerzan seriamente por crecer en base a su capacidad y su arte.

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