Resulta en extremo frustratorio el que a partir del considerable incremento presupuestal del 4% del PBI diez años atrás la calidad de la enseñanza no se haya movido ni un centímetro hacia la mejoría y solo pueda celebrarse que el país dispone de más edificaciones escolares y de una nómina pública de costosísima dimensión que proporciona alimentos, uniformes y útiles gratis.
Unas cotas materiales para llenar vacíos atendibles pero que no debían superar en importancia el objetivo de imprimir a los estudiantes a nivel nacional una formación adecuada al desafío de los tiempos, aplicando planes y programas hacia la optimización de la enseñanza con el correspondiente respaldo de gastos e inversiones.
La primera impresión recibida por el ministro de Educación entrante, profesor Ángel Hernández, lo ha llevado a afirmar que en un decenio de excelente disponibilidad de medios aportados por los contribuyentes no hubo ninguna mejoría en la docencia. ¿Cuál fue el criterio para gastar?.
La era del 4% debió comenzar, y parecería que no, forjando métodos contra las fallas sistémicas que por mucho tiempo han tenido a los alumnos de escuelas, mayormente públicas, en muy bajos niveles de aprendizaje, medido nacional e internacionalmente; un diagnóstico para guiar pasos inteligentes hacia los correctivos.
A esta altura de una mayor asignación de recursos para los niveles más concurridos de la educación, debía percibirse al menos algún modesto y prometedor progreso. Pero no.