Un derecho que es un deber

Un derecho que es un deber

Un disparatado candidato llamado “Ninguno” pretende colarse en las elecciones del domingo. Votar por “Ninguno” carece de sentido, puesto que el efecto del voto nulo impide contabilizar o diferenciar a “Ninguno” de las boletas dañadas por votantes brutos o ignorantes. Es una interesante paradoja que el voto de ese grupito que se cree mejor o más inteligente que la generalidad de los votantes y candidatos sea contado idénticamente al voto de los más bruticos.

Descalificar a absolutamente todos los candidatos es un disparate. Entre los diputados hay una variedad tan enorme de ofertas electorales que quien no encuentre un mínimo de empatía con alguno debería “candidatearse” a sí mismo o emigrar a otro país donde se sienta más igual al resto de la población.  Lo que sí presenta un problema, por no decir vaina grande, es que candidatos excelentes, como por ejemplo Pelegrín Castillo, Minou Tavárez Mirabal o Ito Bisonó, para mencionar tres de partidos distintos, perderán cierta cantidad de votos porque votar por ellos implica votar también por Reinaldo Pared, cuya popularidad es notoriamente menor que la de su propio partido.  Este aspecto del arrastre merece corregirse para las próximas elecciones, porque en el aspecto legislativo las ofertas vienen en “combo”, y así cualquier candidato a senador con ínfulas de príncipe puede perjudicar seriamente a los candidatos a diputados al traspasarles colectivamente su tasa de rechazo.

Otro fenómeno interesante es cómo pese al muy vocal rechazo de muchos grupos cívicos a la re-elección del síndico Roberto Salcedo, éste luce encaminado a ganar por efecto de que una buena parte del electorado, pese a su inconformidad con el fuiquiti-fuiquiti, teme volver a ver al PRD controlando el gobierno municipal.

Para mi amigo Alfredo Pacheco debe ser una pena cargar con el lastre de las malas gestiones perredeístas en el cabildo, pues anunció muchos planes interesantes.

En esta décimo-octava elección celebrada en el país desde 1961, cuando concluyó la tiranía trujillista, los ciudadanos debemos recordar que este privilegio, este derecho de votar, conlleva el deber de mantener la democracia viva con nuestro voto. La apatía favorece a los peores que son rechazados por los partidarios de “Ninguno”.

“Alguno” debe haber que merezca nuestro voto, aun sea para impedir que sea electo aquel que luzca peor, en caso de no haber mejores. Más que un derecho, votar es un deber cívico.

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