Un desperdicio

Un desperdicio

La muerte de niños por falta de atenciones médicas elementales, como la vacunación, debería conmover a una sociedad que, como la nuestra, intenta alcanzar niveles más elevados de vida y seguridad.

Debería crear una revuelta en la conciencia de la opinión pública que vidas se pierdan o se atrofien porque a un niño se le negó la oportunidad de recibir una vacuna barata y aún la más cara. Nos atrevemos a decir que se le niega porque son instrumentos que existen y que están al alcance de nuestro Estado y de nuestra sociedad.

Hace muchos años, en una visita que hizo a la República Dominicana, el doctor Albert Sabin, quien desarrolló una vacuna contra la poliomielitis, advertía que la mejor manera de combatir las enfermedades y costearlas es previniéndolas y que sería insensato dejar que la población padezca males prevenibles cuando se tienen los medios para atacarlos. Sabin había venido al país para ayudar a las autoridades en una campaña para vacunar a la población contra una enfermedad paralizante y deformante que dejaba dañados a miles de niños todos los años.

La frenética acción de Mary Pérez de Marranzini y su Instituto de Rehabilitación, desde principios de la década de 1960, han convertido a la poliomielitis en una enfermedad que está en el recuerdo desagradable de los que fueron afectados, pero ya casi erradicada de la isla.

Ya antes el país, cumpliendo con campañas mundiales alentadas por la OMS (Organización Mundial de la Salud) había logrado erradicar la viruela y desde principio de la década de 1950 se habían controlado o erradicado enfermedades como la malaria, el tétanos, la difteria y la filariosis.

Pero, aunque los dominicanos erradicaron muchas de esas enfermedades, en el vecino estado haitiano la situación era de grave infestación. Con la fuerte inmigración haitiana desde finales de la década de 1970 reapareció la malaria. Los primeros casos en los alrededores de Bayaguana y Monte Plata fueron tomados con poca alarma, pero ya hoy son un problema nacional. Asimismo, hace menos de diez años reapareció la filariosis en un barrio de Santo Domingo Este y ya hoy es un grave problema. Desde hace también unos diez años reapareció la difteria y el número de muertes aumenta cada.

El anuncio que hizo a finales de la semana pasada el doctor Jesús Feris Iglesias, un conocido médico fundador de la Sociedad Dominicana de Infectología y pionero en muchos campos de la pediatría dominicana, pone el dedo en la llaga. La difteria está matando a los niños dominicanos. Es una enfermedad prevenible con una vacuna barata; esta enfermedad hasta hace poco estuvo erradicada de nuestro medio.

Estamos en un vórtice que nos arrastra lentamente, pero al parecer de manera inexorable, sin que nuestras autoridades lo perciban.

Menos de 20 años han bastado para que la cortina de protección sanitaria que se había creado esté rasgada y desaparezca lentamente hecha jirones.

Parecería que nuestra sociedad se hace indiferente ante los desastres que se hacen patentes y que nos amenazan realmente.

II

 La muerte de las personas es inevitable, pero morir injustificadamente es un desperdicio para la sociedad y la muerte roba oportunidades.

Las naciones civilizadas protegen la vida de las personas por el enorme potencial que encierra cada ser humano, tanto en los aportes que pueden hacer en lo material, lo cultural y el desarrollo, como por su participación directa en la continuación de la especie. Razones trascendentes y razones primarias, han impulsado desde sus albores a la humanidad a crear las condiciones para que la vida humana esté garantizada con la mayor calidad y bienestar posibles.

La civilización crea las condiciones que permiten la supervivencia de seres humanos que en otras condiciones hubieran muerto y los aportes de estas personas se hubieran desperdiciado si les hubiera faltado esa oportunidad. Muchos de los grandes científicos de los últimos cien años han tenido historias de gran trascendencia cuando recibieron ese amparo que crearon antecesores y pagaron a la sociedad con sus aportes de sapiencia.

Para una nación que desea tener los privilegios de la civilización humana actual es imposible ignorar que tiene la responsabilidad de proteger la vida a los niños y garantizar niveles de calidad suficiente para su futuro.

Un paso de muy bajo costo es la vacunación a tiempo. Es un fruto del hombre privilegiado del presente, que nuestro grado de civilización – eso queremos pensar – no puede darse el lujo de ignorar.

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