Un día, este túnel será un museo

Un día, este túnel será un museo

Los gobernantes y sus obedientes no son ciegos a las experiencias internacionales y por consiguiente tratan continuamente de implantarlas. Por desgracia lo hacen sin analizar si  son adecuadas al país o sin estudiar los resultados de estas experiencias. Uno de esos casos  es el impulso de las “autopistas urbanas”, “trompetas”, túneles y elevados en el ex Distrito Nacional que rompen áreas verdes, barrios, recinto universitario, convivencia y relaciones sociales. Esas grandes obras viales han “partido la ciudad” en pedazos, en zonas y a través de esas “lenguas de cemento” se transita a alta velocidad, alternando sensaciones de poder, indiferencia al entorno con la desolación, sin árboles ni sombra y cero peatón, pero costaron al pueblo US$163 millones.  El concepto de las autopistas urbanas no es nuevo ni novedoso. Sus antecedentes se remontan a la Feria Mundial de 1939, en los EE.UU., donde General Motors montó la exposición Futurama. Fue impulsado gracias a la Federal Aid Higway Act de 1956, pero en 1952 en Boston ya se había hecho un segundo nivel a las autopistas urbanas para aliviar el tránsito vehicular del centro de la ciudad. Fue un fracaso, debido al fenómeno de tráfico inducido. Se levantaron las protestas llamadas “The freeway revolts”.

 Cincuentas años después, muchas de esas autopistas urbanas fueron desmanteladas, no resolvieron el problema del tránsito: hoy son áreas peatonales, de bici, de patines, de convivencia, volvieron a unir la gente, como en Boston y San Francisco. ¡Imaginemos en diez años, algunas avenidas transformadas en área peatonal y jardines y  el túnel de la Ortega y Gasset-Correa y Cidrón, transformado en un museo subterráneo de las obras faraónicas,  inútiles y sin necesidad social.

Ese túnel -de 1.20 kms. de largo, con dos vías y 6.70 m de ancho- costo más de US$ 60 millones (US$50 millones/km), es el símbolo de las obras concebidas y construidas sin coordinación, sin planificación y a un costo social altísimo: el túnel formó un embudo con la calle Correa y Cidrón, cerró una puerta de la UASD, destruyó una rotonda, arruinó los negocios, se “encontró” con el Metro, entre la estación Balaguer y Amín Abel, a 25 m de profundidad y por eso, nunca llegó al Malecón. Hizo ricos a pocos y pobres a muchos. Por eso, lo transformarán un día en museo- testimonio del absurdo,  de  esas construcciones viales y otras, inútiles, costosas y sobrevaluadas   del gobierno del PLD,  para que los gobernantes de ese momento y la población tengan modelos de gestión urbana a desechar y a evaluar, como muestras de otro mito roto.

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