Un día sin dominicanos

Un día sin dominicanos

JORGE DUANY
El pasado primero de mayo, más de un millón de personas participó en un paro nacional para defender los derechos de los inmigrantes en Estados Unidos. Bajo la consigna de “Un día sin inmigrantes”, las manifestaciones populares dramatizaron la aportación económica de los trabajadores extranjeros a ese país. A la vez, varias uniones obreras y organizaciones no gubernamentales en México y otros países latinoamericanos convocaron a no comprar “nada gringo” en solidaridad con sus compatriotas residentes en el norte.

Muchos líderes comunitarios aludieron a la película “Un día sin mexicanos”, dirigida por Sergio Arau en el 2004. Este docudrama ilustra jocosamente las múltiples repercusiones de la repentina desaparición de un tercio de los habitantes de California, mayormente de origen mexicano, cuando una misteriosa nube rosada aísla a ese estado del resto del mundo.

¿Qué pasaría en Puerto Rico, si mañana se esfumaran los inmigrantes de República Dominicana? Miles de hogares boricuas de clase media se quedarían sin limpiar al escasear las empleadas domésticas. Cientos de niños y ancianos tampoco tendrían quienes los cuidaran. La grama de incontables patios de urbanizaciones crecería libremente porque habría menos jardineros. Numerosas obras de construcción seguirían inconclusas por falta de albañiles, carpinteros y electricistas. No habría quien recogiera la cosecha del café en las montañas. Muchos restaurantes y cafeterías no tendrían suficientes meseros, cocineras y lavaplatos.

También harían falta muchos buenos médicos, ingenieros, empresarios, maestros y periodistas.

En el área metropolitana de San Juan, algunas paradas de guaguas y carros públicos estarían prácticamente abandonadas. Vecindarios enteros, como Capetillo, Santa Rita, Gandul, Villa Palmeras y la calle Loíza, parecerían pueblos fantasmas. Numerosos vendedores, cajeras y clientes se ausentarían del Paseo de Diego y la Plaza de Río Piedras. La Placita Barceló de Barrio Obrero estaría desierta.

Nadie desayunaría mangú ni tomaría “morir soñando” para refrescarse. Las velloneras de barras y discotecas dejarían de tocar pericos ripiaos y bachatas. La Virgen de Altagracia perdería a casi todos sus devotos en la Isla. Los chistes dominicanos cesarían momentáneamente. Las agencias de envíos de valores no tendrían qué enviar a República Dominicana. La gran mayoría de los vuelos entre San Juan y Santo Domingo estaría desocupada. El ferry a Mayagüez permanecería anclado en el Malecón de la capital dominicana. Los agentes de inmigración jugarían cartas para matar el aburrimiento. El personal del consulado dominicano tendría vacaciones hasta nuevo aviso.

Es difícil imaginar un día sin dominicanos en Puerto Rico, al igual que un día sin mexicanos en Estados Unidos. En ambos casos, la creciente presencia de extranjeros se ha convertido en un elemento irreversible de la fuerza laboral, la cultura popular y la vida diaria.

Cualquier intento por excluir a los inmigrantes, documentados o no, de las sociedades receptoras está destinado al fracaso. Ningún muro como el que pretende construirse a lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos, ninguna patrulla fronteriza como la que quiere establecerse en las Islas Vírgenes americanas, detendrá el éxodo incontenible de personas obligadas a buscar mejor vida fuera de sus lugares de origen.

 La política migratoria en Estados Unidos y por ende en Puerto Rico debe partir de premisas más razonables, como que los inmigrantes están aquí para quedarse; que contribuyen enormemente a los países anfitriones; y que, como proclamaban muchas pancartas el primero de mayo, ningún ser humano es ilegal.

(Este artículo fue publicado originalmente en El Nuevo Día. Jorge Duany es un conocido investigador y profesor de la Universidad de Puerto Rico.)

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