Un Dios audaz, terco y persistente…y amoroso

Un Dios audaz, terco y persistente…y amoroso

Cuando en momentos de debilidad, de ira, de frustración, de esos tantos que se tienen cada día de vida en este país; cuando he sentido violencia en mi corazón, aunque por fugaces instantes; me he preguntado ¿Cómo se le ha ocurrido a Dios hacer algo excelente de mí  y de otros seres humanos? Pienso en las miles personas que viven en la miseria, la angustia y la violencia, expuestos a todo tipo de abusos y de obscenidades, a formas indescriptibles de corrupción. Hubo experimentos fallidos en Sodoma y Gomorra.

El Señor tuvo que borrarlos del mapa. Muchas veces amenazó destruir al propio pueblo de Israel, el portador y dramatizador del Mensaje, incluido como actor principal al propio Jesucristo, para sacar a la humanidad de la barbarie, de la esclavitud de alma, mente y espíritu. Parece imposible imaginar osadía ni una hazaña mayores que la de convertir a gentes como uno en seres espiritualmente agradables a Dios.

Aunque para familiares y amigos, cuyo afecto hemos  cultivado por muchas décadas,  les parezcamos  amables y correctos y hasta buenas personas, en nuestros corazones sabemos  que “nos faltan muchas tablas” para ser un poco semejanza de Cristo. Nuestro pueblo, mezcla de razas y culturas cuasi-irreconciliables, fue fundado por gentes violentas, aventureros, criminales. Desde el primer día de la Conquista hemos sido pasto de los explotadores, presa de estados extranjeros,  de tiranías sanguinarias y gobiernos viles. ¿De dónde, entonces, sacaría Dios tantas almas nobles como las hubo y las hay en nuestro país? En medio de la vorágine presente, las iglesias de Cristo se llenan y los creyentes se multiplican, ascendiendo a casi 20% los dominicanos que se declaran cristianos militantes de diversas congregaciones no católicas. Pero también la calidad de los católicos cristianos (los no santeros) también ha estado aumentado.

Ese es el resultado de esa amorosa e inenarrable obstinación de nuestro Dios, el que fuera capaz de negarse a si mismo humillándose en muerte de cruz, para mostrarnos su inefable e inmerecible amor. Un amor que sigue siendo misterio, no importa cuántos poemas, tratados, boleros  y bachatas, se hayan escrito. Y que es, precisamente, la máxima obra del Espíritu, y que sí saca lo mejor de nosotros, el cual solamente puede darse en el libre albedrío, sin temores  ni ansiedades, sin las urgencias de la carne y los instintos. Eso es lo que celebramos cada Natividad (no a santa Claus ni otros duendes). El Fin de Año es el momento de revisar si  vamos acercándonos o alejándonos de la obra que Dios intenta hacer de cada uno de nosotros: personas responsables pero afables, laboriosas pero amorosas; capaces de la convivencia y del Supremo Amor. 

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