Un dominicano en Qatar

Un dominicano en Qatar

PEDRO GIL ITURBIDES
¡Tenemos embajador en Qatar! Este emirato árabe se asienta, con medio millón de habitantes, en apenas doce mil kilómetros cuadrados. Pero ¡qué doce mil kilómetros! Por arriba todo es arena, y por abajo es todo petróleo. Bueno, petróleo y gas natural. Y allá hemos ido a parar nosotros, con un representante diplomático que haga ondear la enseña de Duarte en el agreste territorio. Porque las publicaciones periodísticas no son explicativas, desconozco la categoría del enviado. Podría ser Embajador Extraordinario y Ministro Plenipotenciario, es decir, dirigido a una misión  específica. O Embajador jefe de sede.

Pero justo porque no se especifica en las publicaciones, me pregunto ¿qué hará un Embajador de la República Dominicana en Qatar? Conocer e intercambiar con los demás representantes diplomáticos y consulares de otros países en Doha. Viajar por las penínsulas qatarí y arábica. Tratar de convencer a los ricos emires de que Santo Domingo es un país inigualable

>para colocar dinero. Negociar contratos para la compra de gas natural, y eventualmente convencer a una empresa explotadora de montar unos depósitos en el país. O nada.

Porque el recién designado representante es hijo de mi amigo Juan Guilliani, no pienso que el Embajador se cruzará de brazos. Sus hijos son activos, emprendedores, dedicados, como lo fue su difunto padre. Pero todavía, cuando leo la noticia de la designación, me pregunto qué hará un

Embajador dominicano en Qatar.

¿No habría sido mejor designar un representante ya establecido en otra sede, tal vez en Europa, con carácter concurrente?  A veces me preguntan

cuál era la magia de Joaquín Balaguer, que lograba erigir inimaginables obras de infraestructura sin pedir préstamos en el exterior. En su política no se escondían secretos, ni de sus actos emanaba misterio alguno. El quid de sus acciones radicaba en el manejo del gasto público.

En sus últimos diez años no fue tan venturoso como en el dilatado período anterior. Pero ni siquiera la desastrosa situación económica hallada en 1986, o sus innegables limitaciones aprovechadas por dos o tres áulicos, le  impidieron emprender la inconmensurable obra que diseminó por todo el país.

O levantar dos de las cuatro presas del complejo hidroeléctrico de la cuenca del Nizao. O ampliar la autopista Duarte, obra ésta, por cierto, de la que aún se debe dinero.

Otras veces les he contado que Balaguer mantenía un personal indispensable en las sedes diplomáticas en el exterior. Y en 1966 recurrió a las representaciones concurrentes como forma de ahorrar recursos, junto a otros mecanismos en el mismo sentido, para emprender la obra que levantó. Hoy día las explicaciones sobre una política exterior emprendedora esconden, más que nada, dispendio. Y por eso no hay dinero para enfrentar los requerimientos internos del pueblo. Aunque aparezcan para trenes y otras acrobacias.

No pido que se llegue a los extremos a que Balaguer condenó al servicio exterior. En una ocasión, el Dr. Ramón Cáceres me mostró los muebles de la residencia diplomática en Roma. Los antiguos y muelles sillones forrados de damasco lucían la decadencia de años de abandono por diversos gobiernos. En

Washington, para que la residencia recobrara el viejo esplendor de los días de Rafael L. Trujillo, el embajador Eduardo León Asensio, que no cobraba sueldo, debió hacer una millonaria inversión personal.

A ello no se debe llegar. Pero el péndulo no puede ni debe llevarnos tampoco al derroche, so pretexto de abrir la República a otros países. Porque nunca los extremos son convenientes. Por eso me pregunto qué hará

Hugo Guilliani Cury en Qatar. Porque si va en busca de petróleo y gas para enfrentar eventualidades del mercado, se explica. Y todavía más se explica este nombramiento si esta misión es concurrente en otras naciones del Asia

Menor o de Europa. O si, como en el caso de León Asensio en Washington, percibirá un dólar de sueldo.

De otro modo, en estos gastos, y sus correlativos internos, se explica la impotencia para lograr que despegue la economía. Y lo planteamos con esta crudeza, aunque nos llene de orgullo decir que vive un dominicano en el lejano, pequeño y rico Qatar.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas