Un ecosistema en extinción

Un ecosistema en extinción

El ser humano vive de espaldas a la Naturaleza. Una fotografía publicada el martes por este diario revela la obcecación por destruir Los Haitises. Se tala y quema con el propósito de ganar tierras para cultivos de frutos menores y para apasentar ganado. Ocurre que este delicado ecosistema constituye uno de los escasos bosques de primigenia estructura que existen en la isla.

Su destrucción no es amenaza únicamente para la vida vegetal o faunática que encuentra acogida en ese suelo. Es, además, un atentado contra la estabilidad climática de la parte este de la isla, pues la humedad que encierra reduce el calentamiento de una zona de pluviometría con promedio de entre 400 a 800 milímetros anuales.

El Este de la isla tiene gran diversidad de zonas de vida. Los Haitises es una zona de vida húmeda, lo cual es invaluable riqueza en una isla que hemos secado paulatinamente. Si talamos para hacer conucos, las lluvias de los tiempos venideros arrastrarán la capa vegetal, que parará en el fondo de los mares.

Allí, lamentablemente, no podemos ir a fomentar nuestro conuco. Aún cuando utilicemos escafandras. Por eso, tal vez, debíamos pensar en las consecuencias de estos cortes en ecosistemas delicados como el que nos propusimos acabar ahora.

Bueno, en realidad no es, dicha tendencia, inclinación de esta época. Antes de que Odalis Mejía pintase del dramático cuadro que ha contemplado, penetramos los linderos sudorientales de Los Haitises. De esa tierra sacamos miles de árboles de maderas preciosas, que pasaban sin chistar los controles forestales.

Nadie sabe si utilizaban pasaportes del Polo Norte o de Tanganyika. El asunto es que aquellos bestiales cargamentos –pues no es fácil ocultar troncos centenarios en la cama de un camión- pasaban sin inconvenientes ante las garitas de revisión forestal. Denuncias diversas obstaculizaron esta obra destructora, y se contuvo la insaciable sed geofágica.

La pobreza es incontenible, sin embargo. No hablo tanto de la escasez de recursos materiales, sino de aquella otra pobreza de espíritu que impide advertir la auto-destrucción. Aunque parezca mentira, ésa es la peor de las miserias humanas.

Quizá por ello, la Secretaría de Estado de Medioambiente y Recursos Naturales debía actuar tras conocer la información publicada por este diario. La zona de vida del suroeste de la isla fue siempre seca. De la lectura de relatos de descubridores y conquistadores se deduce esa realidad climática.

Los suelos, con su escasa pluviometría, empero, eran apropiados para contener una densa vegetación que ofreció vida a cuantos en esa región se aposentaron en el ayer.

Hoy luce la mayor parte de esa tierra, agostada y desolada. Y alberga, y ello no es casualidad, a los grupos humanos más empobrecidos de la parte este de la isla. Jaime David Fernández Mirabal, el Secretario de Estado de Medioambiente y Recursos Naturales, es persona de trabajos comunitarios. Lo supongo, por consiguiente, preocupado por la suerte de su tierra. A él lanzo el reto de evitar que Los Haitises caiga por siempre, bajo el peso de las hachas.

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