¿Un embajador activista?

¿Un embajador activista?

Fue una experiencia no ordinaria compartir en el programa que dirige mi “sobrina-en-afecto” Ingrid Gómez, en Teleantillas, con una psicóloga y varios activistas homosexuales. Una cosa es teorizar, o bromear acerca de homosexuales entre amigos, y otra es hacerlo desde una posición seria, responsable, como sociólogo y como cristiano. No deben festinarse ni el análisis ni las opiniones. El tema debe ser abordado con  gran cuidado, con el respeto y la alta estima que estos prójimos nos merecen. Algo que quedó claro en ese programa, planteado y consensuado por los activistas homosexuales, y refrendado por los profesionales de la conducta que participamos fue: “Nuestro país no está maduro para aceptar el matrimonio homosexual” (palabras suyas). Y agregaron que los homosexuales de este país deben luchar, primeramente, por lograr que se les respeten ciertos derechos y que no se los discrimine.

Como allí expresé, no está probado que los homosexuales sean un producto de la genética. La opinión que comparto con especialistas, es que se trata, por lo menos  en la generalidad, de una conducta inducida y aprendida, en circunstancias del hogar y la niñez; como también producto de degeneración y desvergüenza, en un contexto de ideas intelectuales y tendencias culturales de moda, entre las que se incluyen el relativismo moral y el ateísmo.

No obstante, el solo hecho de que la homosexualidad se produzca sistemáticamente en sociedades actuales, pasadas y primitivas, obliga, principalmente, a occidentales y cristianos,  a estudiar y tratar este fenómeno con el mayor respeto y cuidado posibles. En lo que, ciertamente, han fallado las religiones judeocristianas, acorraladas como están por el moderno paganismo. Los dominicanos no estamos preparados para tratar el tema abiertamente y ni siquiera en los foros intelectuales y académicos se han hecho intentos sostenidos. En ese contexto se nos presenta ahora una situación que puede ser conflictiva y difícil de manejar, tanto desde el punto de vista político, como religioso, y para los ciudadanos menos ilustrados: La ocurrencia de un país amigo, el más poderosos e influyente del planeta, de enviar a un país en estado elevado de descomposición social y moral,  a un embajador activista gay, gran amigo y colaborador del presidente Obama.

La declaración oficial de que el embajador no actuará como tal activista, no evita que tengamos un reto poco común para la mayoría de los dominicanos, porque podrían presentarse situaciones enojosas y conflictivas, difíciles de manejar para el gobierno y nuestra improvisada diplomacia.

Sectores religiosos no dejarán de manifestar su desacuerdo, aunque el embajador no se dedique a promover leyes y costumbres diferentes a las nuestras. La idea, pues, de un embajador orgullosa y militantemente gay, no es lo que más necesita nuestro país. Pero por otra parte, tampoco deja de ser una oportunidad para todos, creyentes y no creyentes, de buscar un modo civilizado y cristiano de manejar institucional e informalmente la homosexualidad; de entender y manejar el fenómeno colectiva e individualmente; y de separar patología de degeneración; y de diferenciar lo “gay” (alegre, en español) de lo serio y merecedor de otro tratamiento.

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