POR MARIVELL CONTRERAS
La noticia de que Sergio Pitol es el nuevo Premio Cervantes 2005 el premio Nobel de las letras hispanas- nos llenó de mucha emoción y regocijo y nos hizo sacar de nuestro archivo el reportaje de un encuentro memorable en nuestra alma efectuado en la Feria del Libro de este año- y que consideramos oportuno publicar por la necesidad de saber más de él que tienen los lectores y de contarlo de nuestros medios.
Recuerdo que eran las tres de la tarde cuando llegué al lobby del hotel Santo Domingo a encontrarme con Sergio Pitol. Que él estaba en su habitación y que ante el primer timbrazo levantó el teléfono y me dijo que ya bajaba.
Recuerdo que lo reconocí desde que se abrió el ascensor a pesar de que no le había visto antes.
Venía con una chacabana blanca y dos libros en la mano. Más tarde me enteraría que estaba preparando una conferencia sobre el gran desconocido, Miguel de Cervantes (qué lejos estaba de que iba a ganarse este importante premio en ese momento), pues tenía que dar una conferencia sobre este en mayo y estábamos ya a finales de abril.
Recuerdo que me dijo que si no me molestaba que nos fuéramos a sentar y a tomar un café mientras conversábamos en una de las terrazas patio interior y destechado- puesto que es un hombre de naturaleza me siento parte del paisaje y no sé por qué en ese momento lo imaginé árbol, ave, nube.
Pero poco después me aclaró que así como tolera el calor del Caribe y los sitios abiertos tiene poca resistencia en los lugares fríos. Y, entonces me explicó que tiene un problema de ciática en la espalda y que las bajas temperaturas intensifican el malestar y el dolor.
Recuerdo que todo eso lo hablamos antes de tomar asiento en las sillas de madera, como mecedoras sin movimiento y que en cuanto llegamos pidió café y sacó una caja de marlboro roja y su encendedor.
Recuerdo que encendió su cigarrillo antes de tomar el primer sorbo de café y que me preguntó en qué periódico trabajaba. Cuando le dije que en el periódico Hoy me dijo el de la franja azul y le dije que sí y entonces me hizo la observación de que teníamos pocas páginas internacionales y le di una explicación vaga sobre nuestra condición de isla, tras lo cual me preguntó que cuánto espacio tendría en el periódico nuestro encuentro: una página, le dije. Y me dijo: es mucho, pues es un periódico grande. Así es. Y me tomé el primer sorbo de café.
De traductor a escritor
Aún no habíamos entrado en los temas de la entrevista cuando se acercó el poeta Basilio Belliard y tras preguntarnos si ya habíamos comenzado se sentó a escucharnos un rato, mientras tomaba una botellita de agua y nosotros seguíamos con el café y don Sergio Pitol, fumaba.
Recuerdo que le dijo a Basilio que se moviera para que no le molestara el humo y yo mientras buscaba la forma de romper el hielo, así que me fui por la parte más fácil y fue acudir a su experiencia como traductor para que me diera su opinión sobre las traducciones en la actualidad, que han sido cuestionadas por escritores de incuestionable calidad como Javier Marías.
Y es que Sergio Pitol ha traducido más de 50 libros de distintas lenguas (ruso, italiano, francés, inglés, alemán) al español, con una ventaja que han tenido muy pocos traductores en el mundo.
En la mayoría de los casos más del 90 por ciento- ha elegido las obras de la literatura universal y contemporáneas que ha traducido.
En España como en muchas otras partes, las editoriales son ya fábricas. Las grandes editoriales traducen dos mil libros cada una y no hay tantos buenos traductores para una cantidad así, afirma.
Coloca a Anagrama, Mondadori y Alianza Editorial entre las que hacen buenas traducciones. En su experiencia como traductor, fue este trabajo el que le llevó a escribir. Soy narrador y novelista porque fui primero traductor.
La lectura es muy diferente cuando se hace para traducir, porque uno descubre el andamiaje, la construcción, por qué un personaje mínimo se va transformando en la novela. Nunca he leído un libro sobre narratología que me haya dado las lecciones que yo tuve en el trabajo de traducción, explicó.
Una de las mejores revelaciones que nos hizo Sergio Pitol fue la de que, la primera vez que escribió ficción, lo hizo mientras intentaba hacer una traducción por encargo. Se fue un fin de semana a una casita que tenía fuera de la ciudad.
Sergio Pitol es un lector empedernido. Lo aprendió desde chico, al lado de la abuela con la que se crió a los 6 años ya no tenía ni padre ni madre- junto a su hermano mayor.
Se podía caer la casa y mientras su abuela no llegara al final de la página ó capítulo que leía, no atendía a nada más.
Siendo alfabetizado sin ir a la escuela porque era muy enfermizo (malaria) y extremadamente sobreprotegido y débil físicamente se hizo un adicto a la lectura, para su bien, que envuelto en los mundos imaginarios de los clásicos universales de la literatura infantil y juvenil apenas reparaba en los males del cuerpo y por eso ha afirmado más de una vez, convencido, que la literatura le salvó la vida.
Más tarde esta pasión por la lectura y la literatura se iría diversificando y entrando a la literatura contemporánea, gracias sobre todo a su amigo Jorge Cuesta cuya familia tenía una biblioteca totalmente distinta a la de su abuela (Siglo de Oro, Siglo XIX).
De premios y ferias…
Recuerdo que hablamos tanto. Hablamos de su anterior visita al país en la Feria del Libro del 2000, de la que recordó que también estaba aquí el chileno Jorge Edwards.
Entiende que son útiles las ferias de libros para los escritores, porque les da la oportunidad de encontrarse con los escritores de los países que visitan. Les da también la oportunidad de encontrarse con los lectores y de reencontrarse con colegas a los que no siempre se ve.
Aprovechó para decirnos que la feria de Guadalajara es como una ciudad y destacó su importancia basado en la cantidad de editores y escritores que participan además de los premios que año a año, otorga.
El que fuera premiado con el Juan Rulfo del año 1999, que se entrega en esta ciudad, también ha recibido otros premios, pero este para él es de los más apreciados, por la importancia que tuvo en sus inicios como escritor la obra del autor de Pedro Páramo, El Llano en Llamas y otros cuentos y ensayos.
Dice que no es de los escritores que buscan premios, pero que si lo recibe, lo disfruta como la alegría y la emoción que distinguen su vida en estos días tras ser declarado Premio Cervantes 2005.
En nuestro encuentro. Mientras él continuaba fumando y tomando café e intentaba estructurar sus ideas con una rapidez que a veces no se le daba, me fue contando cómo llegó a ser escritor.
Lo primero es que cuando ya salió de la casa y empezó a asistir primero a la secundaria y luego a la universidad, lo que pensaba ser, era editor de libros.
Fue en un fin de semana en que realizaba una traducción por encargo, cuando fue asaltado inesperadamente por una inspiración que le llevó a escribir su primer cuento y tres sucesivamente.
Se lo enseñó a Carlos Monsiváis, compañero generacional de la literatura y este le dijo que no eran buenos sino más que buenos y que había que publicarlos.
Monsiváis es uno de los grandes amigos de este escritor preclaro, traductor de una sensibilidad única, critico y novelista con una técnica tan depurada que ha creado un nuevo estilo de hacer literatura. Desde entonces no ha podido abandonar el oficio de escritor y ha espaciado sensiblemente el de traductor.
Yo recuerdo que su traducción de Las Puertas del Paraíso de Jerzy Andrzejewski me reveló su capacidad de servir de medio sin hacer ruido en la transmisión del mensaje y que la curiosidad de conocerlo fue motivada por esta percepción.
La última vez que lo vi fue en la Biblioteca Don Pedro Henríquez Ureña uno de los pocos dominicanos a los que admira- escuchamos gran parte de su conferencia, posó con una media sonrisa para nuestra cámara, nos dio un cálido y fugaz abrazo y emprendió, como siempre, la fuga, el arte que mejor identifica su literatura y su vida.