Para todos los fines prácticos, y por supuesto también históricos, la formalización de la alianza electoral entre el PLD y el PRD coloca en  un punto sin retorno al partido más viejo de la democracia dominicana, al que muy pocos perredeólogos, analistas y opinantes  fueron capaces de imaginar en este trance tan desgraciado no obstante los desencuentros, las recurrentes crisis divisionistas, los desprendimientos y las garatas  entre sus líderes que han caracterizado  sus poco más  de cinco  décadas de  azarosa existencia pública. Tratándose de tan magno acontecimiento político hay que reconocer que el acto con el que el presidente Danilo Medina selló ese acuerdo, al que sirvieron de testigos el presidente de la Internacional Socialista, el chileno Luis Ayala, así como exjefes de gobierno como el guatemalteco Alvaro Colom y el ecuatoriano Rodrigo Borja, estuvo  a la altura de las circunstancias, pues no hay política sin espectáculo. Mucho será lo que de ahora en adelante  se  hable y especule sobre la firma de ese pacto y  el destino de las candidaturas, todavía en el limbo; de lo que representa para la democracia dominicana y nuestro  degradado sistema de partidos, por lo que no faltarán las justificaciones ni el cinismo de los que jugarán a creerse que lo que   se ha firmado es un pacto programático que impulsará el desarrollo del país o  que promoverá la transparencia y la lucha contra la corrupción, como no han faltado los que lo consideran una vergüenza y un insulto a la memoria  del doctor José Francisco Peña Gómez. Pero después del palo dao quien les escribe prefiere limitarse a subrayar, porque ese es el propósito de estos comentarios, que es verdad  lo que dicen por ahí: que al ingeniero  Miguel Vargas Maldonado le gusta  hacer las cosas a lo grande sea que se trate  de sus negocios  o de la política (hay quien lo acusa de confundir una cosa con  la otra), pues no hay dudas de que le ha dado al PRD un entierro de primera.