Un error político

Un error político

HAROLDO DILLA ALFONSO
Vengo de un país –  Cuba –  que ha sido frecuentemente condenado en algunos foros de Naciones Unidas por la violación de los derechos civiles y políticos de sus ciudadanos y ciudadanas. Yo soy una víctima de esa violación sistemática, al punto que en el 2000 tuve que exiliarme en República Dominicana simplemente por defender en el ámbito académico la idea de que el socialismo es inseparable de la democracia y que esta última era deficitaria en el sistema político cubano.

 Sin embargo, a pesar de que creo que efectivamente si hay violaciones a los derechos humanos en Cuba, siempre me he opuesto a las condenas antes mencionadas, por tres razones:

   No producen los efectos deseados: no hay mejorías en lo que se quiere mejorar ni soluciones en los problemas que se quieren solucionar. O al menos unas y otras son menores que los costos negativos que tienen.

   Producen otros efectos no deseados que acrecientan las capacidades de aquellos grupos o sectores que supuestamente debería ser debilitados.

   Implican connivencias con actores que no tienen información suficiente o la estatura moral necesaria para condenar a nadie.

Es casi exactamente el caso de los intentos que diversas organizaciones han estado realizando para condenar de alguna manera al Estado dominicano por su controvertida administración de los derechos de los inmigrantes haitianos.

Un ejemplo evidente de ello es lo que ha estado sucediendo con un evento que se realiza en París, según se dice, con el apoyo de Amnistía Internacional y de la alcaldía de esa ciudad.

No me detengo aquí a analizar si se violan los derechos de los inmigrantes (como afirman los impulsores de estas acciones), o si estas acciones son maniobras oportunistas de personas que buscan dinero y notoriedad (como aducen sus detractores). No es el objetivo de este artículo. Mi intención simplemente es invitar a meditar sobre la inutilidad, e incluso impertinencia, de este tipo de acciones.

A partir de este hecho se ha generado una exacerbación chovinista que intenta presentar estas acciones como atentados contra la dignidad dominicana y lo logra con notable éxito. Entre otras razones porque así lo percibe (o puede llegar a percibir) buena parte de la población dominicana (qué normalmente no comulga con los exabruptos chovinistas), y porque los mismos sectores intelectuales con presencia en los medios de prensa que no están de acuerdo con las posturas chovinistas, tampoco están de acuerdo con enrolarse en una discusión polarizada.

Huelga anotar que una situación de esta naturaleza no beneficia en nada a los inmigrantes haitianos, ni a la generación de un mejor clima de convivencia binacional ni, por supuesto, al desarrollo de la democracia dominicana. En cambio, deja un mayor espacio para quienes promueven posiciones de intolerancia, de polarización y de manipulación antihaitiana en el país. Todo lo cual hace más difícil el diálogo y más vulnerable a los propios inmigrantes.

Finalmente, cualesquiera que puedan ser las buenas intenciones de los promotores de estas lides internacionales, al final se encuentran ante el contrasentido de buscar los apoyos de países que tienen políticas (o ausencia de políticas) más negativas que las que pretenden condenar y enmendar.

Muchas veces las instituciones internacionales carecen de conocimientos suficientes o de consejos oportunos. Por ejemplo, si realmente la alcaldía de París quiere hacer algo inobjetablemente honorable por Haití debería insistir en que el gobierno francés devuelva al pueblo haitiano la compensación que obligó a pagar en el siglo XIX, como un primer paso para ofrecer disculpas históricas por la esclavitud y las invasiones napoleónicas.

Desafortunadamente el sistema internacional esta profundamente corrompido por la asimetría de poderes mundiales. Y de esa manera sus foros de condena y sus tribunales han quedado para vapulear a los regímenes tercermundistas y procesar a sus miserables dictadores, al mismo tiempo que los genocidas norteños siguen prolongando sus deplorables existencias en el mejor de los mundos posibles. Definitivamente son dos escenarios diferentes los que han tocado a Milosevic y a Kissinger.

Si de lo que se trata es de impulsar acciones que beneficien a los inmigrantes haitianos y a los residentes domínico/haitianos, es necesario estimular un debate constructivo que gane los corazones y los pensamientos de la mayoría de los dominicanos y dominicanas (funcionarios, intelectuales, políticos, gente común) que piensa a Haití y sus nacionales de una manera diferente a como lo hace la minoría chovinista, sea por motivos emocionales, intelectuales o simplemente por razones de mutua utilidad. Pero en todos los casos imbuidos del pensamiento patriótico, tolerante y democrático que un día prefiguró Juan Pablo Duarte, y que ha servido de guía para el pensamiento avanzado y progresista en todo el Caribe.

Renunciar a esto y preferir el escenario internacional es como decía Talleyrand, algo más que un crimen: es un error político.

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