Un escarmiento

Un escarmiento

La tragedia de Jimaní estamos conminados a tomarla como un doloroso y realista escarmiento de la naturaleza, y debemos estar preparados para que, en cualquier momento, se repita en cualquiera de esos lugares en que la mano del hombre ha depredado bosques o ha construido viviendas en la cuenca de un río aparentemente muerto.

Desde hace mucho tiempo hemos estado advirtiendo que la despoblación forestal a que hemos sometido el país, y particularmente la frontera, ha ido modificando drásticamente nuestro clima y ha hecho que desaparezcan muchos de nuestros ríos.

Los efectos de la riada que comenzó en Haití y arrasó Jimaní fueron maximizados por la falta de árboles, sobre todo en la parte haitiana de la frontera, que amortiguaran el ímpetu de las aguas y los sólidos que éstas arrastraban.

El director del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INDRHI), ingeniero Silvio Carrasco, ha explicado que una catástrofe de esa naturaleza podría ocurrir en el país, y ha citado las razones que justifican sus afirmaciones, entre las cuales se destacan las transformaciones climáticas provocados por acciones emprendidas por el hombre.

Esas causas justifican los cambios que hemos notado en el régimen de lluvias, la severidad y frecuencia de las inundaciones, el aumento de la temperatura y otros factores con los que debemos acostumbrarnos a convivir y contra los que es muy difícil luchar.

[b]II[/b]

Después de un escarmiento como el de Jimaní, lo correcto sería que empecemos a tomar medidas preventivas.

Probablemente los organismos de socorro tienen identificados muchos lugares en los cuales, por las condiciones topográficas y de hábitat, hay grandes posibilidades de una tragedia. Nadie pretende un desalojo masivo de familias, pero aspiramos a que la Comisión Nacional de Emergencia (CNE) y otros organismos especializados desarrollen campañas de orientación, no solo para quienes habitan lugares ostensiblemente peligrosos, sino también para quienes viven en lugares aparentemente seguros. Nadie sospechaba que Jimaní, un lugar árido poco favorecido por las lluvias, sería parcialmente barrido por una inundación, pero ocurrió.

Aparte de prevención, en este país hay que aplicar sin contemplaciones las leyes forestales. La deforestación en la frontera se debe en gran medida a un juego de complicidades, pues los bosques están siendo convertidos en carbón que va a parar a Haití sin que ninguna autoridad haga lo que tiene que hacer en base a lo que disponen las leyes.

La complicidad de muchos dominicanos y la permisividad de algunas autoridades tienen responsabilidad, aunque sea moral, en la creación de las condiciones que multiplicaron los efectos de la riada en Jimaní, pues ha posibilitado que prospere una industria carbonera altamente dañina para el país.

Hay que tener bien claro que los cambios climáticos y la mano depredadora del hombre nos han llevado a esta situación. Todavía estamos a tiempo de prevenir tragedias mayores si nos esforzamos en hacer lo que corresponde. De nosotros depende.

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