Un escenario

Un escenario

Bonaparte Gautreaux Piñeyro
Del mismo modo que «el hombre inteligente pregunta lo que ignora», frase que siempre escuché de labios de mi padre, «el que evita no es cobarde» y «guerra avisada no mata soldado».
Creo que la visita del presidente Leonel Fernández a Haití, en estos momentos, fue una imprudencia.

Falló de principio a fin, la labor de inteligencia que debió realizar la misión dominicana en Puerto Príncipe, que confió en que nada pasaría. (Hay una foto de un policía con una manifestante sentada en la verja del Palacio Nacional de Haití, que no tiene desperdicio).

El presidente Fernández no iba a lograr nada definitivo con un gobierno provisional sin fuerza, sin futuro que «organiza» elecciones y debe entregar el poder en pocos meses.

Ese viaje no se realizaba bajo los mejores auspicios.

En las últimas décadas un número creciente de dominicanos llama la atención sobre la necesidad de que dejemos saber a los haitianos, de una vez por todas, que los queremos mucho, pero en su tierra. Que los dominicanos no somos los culpables de su historia ni de sus desgracias. Que tampoco somos culpables de que capitalistas dominicanos inescrupulosos usen su mano de obra no calificada, para emplearla en demasiados campos de la actividad comercial e industrial.

Esos capitalistas dominicanos ponen en peligro la seguridad nacional a sabiendas, porque en su ceguera y su avaricia sólo ven pe$o$ y más pe$o$ obtenidos del sudor de trabajadores que, en su desesperación trabajan por cualquier cosa.

Así fue una vez. Ahora es diferente: primero fue la invasión pacífica de braceros importados por norteamericanos para cortar caña en ingenios azucareros.

Ahora la situación es diferente y agravada: siembran, cuidan y cosechan el arroz, el café, el cacao, atienden las vaquerías de leche, trabajan en la construcción.

Además, venden frutas, frutos, jugos preparados por ellos, dulces de maní, de coco, pirulíes, café, tarjetas para llamadas telefónicas, sirven como trabajadores domésticos en la cocina, en la limpieza, en la protección de muchos hogares.

¡Ahhh! También ocupan las esquinas con niños famélicos pidiendo limosnas y mujeres con otros cargados.

Ya se puede decir como aquellos cantantes venezolanos «Los guaraguaos», quienes cantaron: «estamos prisioneros carcelero, yo de estos torpes barrotes, tú del miedo».

En una novela policíaca leí de un mafioso en Hong Kong quien manejaba todo el personal de servicio: choferes, transportistas, mozos de mercado, cargadores de frutas, legumbres, víveres, carniceros, criadas de residencias. Ese hombre sabía todo lo que ocurría en Hong Kong y podía manejar la ciudad con una simple orden.

Situémonos en este escenario: una mañana todo el dominicano que compra jugos, dulces, frutas y frutos, es envenenado por orden de un jefe que domina la minoría haitiana que asciende aproximadamente a un 10 por ciento de la población nacional.

Los que quedemos tendríamos que enfrentar una guerra terrible por sobrevivir. Primero, una guerra civil contra los haitianos que viven aquí y luego, echar el resto al mar, hacia Cuba.

Ese escenario que parece de ciencia-ficción, puede presentarse.

Imagine usted la locura que viviría la República Dominicana si hubieran matado al presidente Leonel Fernández en Haití.

No se me apendeje, que algo que parece un sueño pudo ocurrir.

Por un quítame esta paja el presidente Juan Bosch estuvo a punto de invadir Haití, en 1963.

El irrespeto al presidente Fernández fue al país y hay que defenderlo porque representa la nación. Ello, independientemente de que voté por el presidente Hipólito Mejía.

Devolvamos a su patria a los haitianos, para que podamos vivir en paz y sin roces ni problemas. Y mandemos a freír tusas a franceses, norteamericanos y canadienses que no le dan un pedazo de tierra y trabajo a los haitianos, pero joden a los dominicanos con reclamos absurdos.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas