Un Estado clausurado

Un Estado clausurado

JOSÉ ANTONIO NÚÑEZ FERNÁNDEZ
Los que tiempo atrás nos acusaron de que somos un «Estado fallido», tal vez no se han adentrado en el pasado de nuestra América, la que aún habla en español y todavía le reza a Jesucristo. Y no se han adentrado, quizás, lo suficientemente, para saber que cierta vez existió en nuestra América un Estado verdaderamente «Clausurado». Y que ciertamente lo fue la fraterna República del Paraguay.

Enseguida vamos a adentrarnos en el «leit motiv» de nuestros afanes de rebuscar en el histórico pasado. Paraguay fue llamado por su extraordinaria belleza «El Jardín de la América del Sur». En el 1811 en esa clerical colonia española, José Gaspar Rodríguez de Francia, Fulgencio Yegros, Bernardino Caballero y otros ilustres, iniciaron la revolución liberatriz que alcanzó la independencia del Paraguay.

Se formó una Junta de Gobierno que gobernó hasta el 1813. En 1813 el Congreso eligió dos cónsules que fueron el doctor Rodríguez de Francia y Fulgencio Yegros. Entonces, el 14 de octubre de 1814 un nuevo Congreso consideró que mejor resultaba, mejor cuadraba, un solo cónsul. Y seleccionado resultó el doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, que fue proclamado Dictador Supremo de la República, por un período de cinco años; «El Supremo» se mantendría en el mando absoluto hasta su muerte, la que acaeció en el mes de septiembre del 1840.

Hay que referir que en 1816 de nuevo habló el Congreso y con la oposición del clero, de la aristocracia y de algunos militares; pero con el apoyo popular, con el apoyo de los pobres, de los indios y de los mestizos, el Congreso declaró al doctor José Gaspar Rodríguez de Francia: Dictador Perpetuo del Paraguay.

Debemos decir que este hombre, en su juventud estudió en Córdoba, Argentina, allá estudiaba órdenes clericales. Dejó los estudios religiosos y se graduó de abogado. En el fondo él era un buitre que emplumó en un nido de cuervos. En Asunción, su capital, cerró el alto colegio de San Carlos y ahí estableció un cuartel militar.

No quería en su país ni filósofos ni literatos. Pero, ¡caso extraño, el de este hombre! Estableció la educación laica, gratuita y obligatoria y a la fuerza alfabetizó el Paraguay.

Este providencial tubo por primeros maestros a los jesuitas, el fue «un buitre que emplumó en un nido de cuervos». A él no le interesaba el dinero y no amasó fortuna, tampoco se lo permitió a nadie. Solamente el Estado podía comprar y vender a argentino y brasileños: la madera, la yerba mate o té paraguayo, el tabaco y el azúcar.

Hombre sin ostentaciones ni lujos, vivía solo en su palacio, sin familia su ropero bastante escaso, consistía en dos trajes negros, él era la viva estampa de la muerte misma, no tenía amigos, solamente hablaba con su secretario y consejero, quizás el único que logró conocerlo, Policarpo Patiño.

Cariño y afecto verdadero solamente lo tuvo por el poder, por el mando y por su perro que se llamaba Sultán.

Concentró en sus manos todos los poderes: el político, el militar, el administrativo, el judicial y el económico. La Iglesia Católica que reducía y mermaba su poder personal, fue sometida a su indiscutible y monstruoso centralismo y le quitó la autonomía. Ocupó los conventos, secularizó las órdenes, prohibió la procesiones, redujo el número de las fiestas religiosas, reconoció la libertad de cultos y casi les puso aduanas a los cerebros de los curas y las monjas.

El era la cabeza mayor, él era una especie de «Papá» de todos los creyentes.

El que quería ser sacerdote tenía que pedirle permiso. Cuando salía a las calles de Asunción había que cerrar las puertas de las casas y a los curiosos que querían verlo y contemplarlo, les daban cuchilladas.

La navegación por los ríos fue prohibida, nadie ni nada podía salir ni entrar al aislado Paraguay: ni hombres, ni mercaderías, ni periódicos, ni cartas. Solamente había una puerta abierta y bien asegurada, el pueblo nombrado Encarnación en el río Paraná.

El doctor Rodríguez de Francia logró hacer de su país, de su nación un Estado Clausurado (uno stato chiusurato). Cuando el Supremo y Perpetuo murió el 20 de septiembre de 1840, por el olor a difunto que salía de su dormitorio, hubo que echar abajo la puerta de su dormitorio. Y… ¡Oh, irrisión! Todo el Paraguay lloró al doctor José Gaspar Rodríguez de Francia. Todo mundo lo lloró, todo mundo temeroso de que resucitara.

Conclusión: Entre un país fallido y un país clausurado, puede haber poca diferencia. ¡Qué viva la esperanza! sin esperanza lisonjera da lo mismo ser, oro que escoria, paloma que pantera. ¡Qué viva la esperanza! El país o el estado clausurado del doctor Francia, Paraguay, se transformó con Carlos Antonio López y su hijo el Mariscal Francisco Solano López, en la nación más avanzada de América del Sur, a la cual Inglaterra para aniquilarla le provocó la Guerra de la Triple Alianza frente a Argentina, Brasil y Uruguay. Y Paraguay con su lema de «un paraguayo no se rinde» se convirtió en la víctima mayor de la América que todavía habla en español y aún reza a Jesucristo.

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